Lo narró hace ya muchos años, 1919, John Reed, en su libro Diez días que estremecieron al mundo, llevada al cine en una impresionante adaptación por el actor Warren Beatty (Rojos, 1981), texto imprescindible para entender aquellas tensas y decisivas jornadas, trascendentales en la revolución y en el futuro del pueblo ruso. Una estremecedora crónica de diez días que conmovieron a la clase trabajadora de todo el mundo ante la llamada Revolución de Octubre, de cuyas consecuencias quizás no fueran conscientes sus propios protagonistas. Producto de tan estridentes y dramáticos debates fue la elevación al poder de los bolcheviques hasta ponerlo en manos de los soviets. La obra periodística de John Reed, autor de otro excelente libro sobre la revolución mexicana, México insurgente (1914), adaptada al cine por Paul Leduc en 1972, es el más esclarecedor documento de uno de los acontecimientos históricos más relevantes del siglo XX. El propio Lenin recomendaba su lectura, traducción y difusión con el mayor entusiasmo.

Me permito recomendarlo también como sugiero a muchos de los que presumen de colectivistas de pensamiento único que lean no solo a John Reed, sino a Marx, a Engels, a Gramsci, Angelo Tasca, Palmiro Togliatti y algunos doctrinarios más del marxismo europeo postsoviético. Una lectura más profunda e incisiva les permitirá valorar la convicción de sus argumentos y la viabilidad política de sus actitudes. Porque resulta evidente la reiteración de comportamientos que son la línea común de estas ideologías a lo largo de la historia: un constante debate, siempre divididos, siempre enfrentados e indisponiendo a los demás, siempre confundidos entre fuerzas que suelen acabar imponiendo el poder y los intereses personales o de partido por encima de los imperativos públicos o ciudadanos, que tanto animaron los movimientos obreros convencidos de que L´Ordine Nuovo, constituía una incuestionable superioridad moral y un poder hegemónico único. Y así siguen en sucedáneos más o menos similares.

El ejemplo y las nefastas consecuencias de este penoso proceso que acabamos de vivir en el Congreso de los Diputados es la muestra de la mentalidad de una insoportable soberbia que se permite legislar contra los razonables designios de los más elevados órganos consultivos establecidos por el Estado de Derecho. Incluso se ha rebajado la pena a los violadores pese al informe que avisaba de su reincidencia antes de tres años. La obstinada contumacia en su postura, inamovible y en cierto modo desafiante, en este trance tan decisivo y comprometido para el Partido Socialista, éste ha tenido que aceptar con impostados y falsos escrúpulos el apoyo del PP. Realmente lo ha hecho para tratar de recuperar votos que su errónea actitud anterior le estaba ocasionando. Esto explica la pirueta política, que confirma el fracaso de la coalición, mantenida única y exclusivamente porque ninguno quiere arriesgar su puesto en el consejo de ministros.

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