Cultura

Así que pasen cinco años

Cinco años han pasado desde la última exposición de José Luis Muñoz (Córdoba, 1969) en esta ciudad. Cinco años en los que los navegantes que buscaban Ítaca han terminado por desembarcar en un extraño jardín de la Inglaterra victoriana habitado por gatos blancos, hermanos siameses con forma de huevo y malvadas reinas de corazones.

Un lugar desconocido, extraño y misterioso, ese otro mundo que al otro lado del espejo construyó Lewis Carroll para su amada Alice Liddel, en uno de los más bellos cuentos para adultos de la literatura universal. Atravesemos pues el espejo de la pintura.

En un mundo tan marcado por la virtualidad y el simulacro, recurrir al País de las Maravillas es hacerlo al de una época, la Inglaterra victoriana, en la que la patafísica y "matemática demente" de Carroll era un alegato libertario por la imaginación y la libertad contra el poder y la tiranía de la razón. A los monstruos de la razón de Goya le siguieron las ensoñaciones de la oruga y los acertijos del gato de Cheshire oteando nuevos horizontes de la percepción, que años más tarde serían reivindicados por los surrealistas con el pope Bretón a la cabeza, que decía de Carroll que "todos aquellos que conserven el sentido de la rebelión reconocerán en Carroll su primer maestro de hacer novillos".

Algo así parece haber visto José Luis Muñoz en el personaje de Alicia, que tal y como ocurrió en otras ocasiones recurre a mitos que van desde la Odisea de Homero a Shakespeare, de los ángeles a las musas, para introducirnos en un universo reconocible por su manejo del dibujo y la utilización de los fondos dorados, seña de identidad y también a veces lastre de una pintura que desde la figuración hace tabula rasa con más de un siglo de pintura de vanguardia, desde Rothko, Fontana o Reinhardt hasta Marcaccio o Stockholder.

La expansión de la pintura en el espacio o hacia otros territorios ajenos a ella (desde un punto de vista no sólo físico sino también político, cultural o contextual) es algo que parece no interesarle a José Luis Muñoz, que se rodea en sus composiciones de amigos y conocidos (Pablo García Baena, los componentes de Malparaíso, Emilio Seranoý etc) para presentarnos una colección de pinturas, dibujos y grabados en la que aparecen La gran oruga azul, una particular merienda de locos convertida aquí en astrológica Santa Cena, la sabia reunión de pájaros, La corte de la reina de corazones (palimpsesto de todos aquellos que rodean a la persona a la que le ha dedicado series como El pintor y la musa) y La madriguera del conejo blanco, un dibujo a grafito sobre madera en el que el tiempo es el protagonista y el personaje se rodea de libros de ciencia y ficción (Einstein, Orwell, Huxley, Punset o Val del Omar) para intentar descubrir qué nos deparará el futuro.

Como decía Dora García, el futuro debe ser peligroso, y si algo se echa de menos en estas últimas pinturas de José Luis Muñoz es eso, falta de peligro.

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