Cultura

A matar, compañeros

Ha podido cambiar la época, el lugar, incluso, aunque tampoco demasiado, la forma. De Rambo a La sombra del reino, o lo que es lo mismo, de Vietnam visto por el Hollywood de la era Reagan a la Arabia Saudí (o el mundo árabe en su conjunto) observada por el de George Bush Jr., el enemigo sigue siendo el mismo, o sea, los otros, entes malvados desdibujados y camuflados por el género, más cercano, si me apuran, al western que al bélico, revestido, eso sí, por esa efectista y espectacular superficie del cine de acción con (falso) trasfondo documental que, con el sello de Michael Mann mediante, hace de esta cinta una mascletá geopolítica de explosiones, detonaciones, ametrallamientos y muertes a bocajarro.

Un doble atentado en las calles de Riad causa una centena de muertos entre los que se cuentan numerosos ciudadanos norteamericanos que trabajan en la zona para varias empresas petroleras. Entre ellos, también, un agente especial del FBI al que sus compañeros en Washington querrán vengar, perdón, honrar, esclareciendo y depurando la autoría de la masacre. Si hay que saltarse la normativa y el papeleo, se salta, y allí que se plantan en lo que canta un gallo el agente Jaime Foxx y sus compañeros, suerte de equipo CSI dispuesto a enseñar a las fuerzas del orden locales (a los árabes, que es lo mismo) cómo se hacen realmente las cosas.

Si el discurso moral de La sombra del reino nos devuelve a la caverna del ojo por ojo con coartada sentimental a costa de la infancia (sic), la habilidad de Peter Berg para ponerlo en pie se desvela como un aparatoso ejercicio de pirotecnia audiovisual destinado, como en aquella Black Hawk derribado de Ridley Scott, a no dejar huella del desvío ideológico de la cinta a golpe de frenesí y suspense. De esta manera, si las escenas de acción y combate (cuerpo a cuerpo, como en los viejos tiempos) son espectaculares, hiperrealistas y vibrantes, lo son precisamente a costa de balas, misiles y granadas que sólo matan, miren por dónde, en una única dirección. La buena, claro está.

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