Cultura

Entre el humor corrosivo y la ñoñería

Efectivamente, el título hace presagiar lo peor. Sin embargo, durante su primera media hora, esta comedia de colegas aprovecha su condición gamberra y porreta para dar un sonoro y escatológico repaso a todos esos asuntos que han convertido a Estados Unidos en el paradigma de la nación de la hipocresía y la corrección política como nuevo (y falso) catecismo.

Harold y Kumar, protagonistas de una primera aventura titulada Harold & Kumar go to White Castle, son un par de inmaduros amigos de la universidad, el uno de origen hindú, el otro de origen coreano. Sus únicas aspiraciones vitales pasan por fumar hierba y llevarse a las chicas a la cama. De camino a Ámsterdam, su paraíso terrenal, son confundidos por terroristas y encarcelados en Guantánamo, de donde escapan con su mono naranja para recorrer el sur de Estados Unidos perseguidos por la CIA, el Ku Klux Klan y otros personajes estrafalarios.

Escrita y dirigida por Jon Hurwitz y Hayden Schlossberg, guionistas de la primera entrega, Dos colgaos muy fumaos juega sus bazas cómicas en dos niveles: por un lado no deja de complacer a sus espectadores potenciales, a saber, adolescentes embrutecidos, acumulando los habituales chistes de mal gusto y enseñando un par de tetas; por otro, el más interesante, articula su mensaje provocador satirizando el orden establecido, a la clase dirigente (Bush al frente) y a esa Norteamérica profunda que da por bueno el status quo.

La lástima es que este humor judío y corrosivo no traspase esa primera media hora. A partir de ese instante, la aventura de nuestros protagonistas adquiere la inevitable deriva de la comedia romántica más ñoña y pastelea vergonzosamente hasta claudicar justo donde podría haber seguido siendo mordaz e irreverente.

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