Crítica de Cine

El bailarín en fuga

Los documentales sobre danza siguen abriéndose hueco en la cartelera española. Tras el estreno la semana pasada de Dancing Beethoven, de Arantxa Aguirre, y con La danse, de Wiseman, o Pina, de Wenders, aún frescos en el recuerdo, llega ahora este retrato del prestigioso bailarín ucraniano Sergei Polunin (Kherson, 1989), famoso, entre otras cosas, por ser el solista principal más joven del British Royal Ballet de Londres en sus 86 años de historia después de formarse en su pequeña ciudad natal y pasar por el Instituto Coreográfico de Kiev.

Pero, más allá de su precocidad y su talento incuestionables, de lo que trata este documental es de ese lado oscuro, interior y silencioso del bailarín, a saber, de ese trauma de infancia y pubertad, cuando se alejó de su sacrificada familia trabajadora para triunfar lejos de casa, que acabaría manifestándose en una pronta heterodoxia y rebeldía dentro de los cánones de comportamiento y la férrea disciplina del ballet clásico que lo llevó a coquetear con las drogas y el alcohol, a hacerse tatuajes (sic) y a abandonar el camino recto y natural de esa carrera de éxito garantizado.

Steven Cantor rescata valiosos vídeos caseros de la infancia de Polunin y los alterna con testimonios de maestros, amigos, colegas y unos padres (separados) que inciden en la descomposición del núcleo familiar como origen del carácter esquivo y las continuas espantadas del bailarín. Sin embargo, no siempre tenemos la sensación de estar llegando a la verdadera esencia del conflicto, de la misma manera que, en ocasiones, el trazado netamente psicoanalítico de esta trayectoria pudiera parecer algo prefabricado desde una lectura a posteriori del personaje, cuyo verdadero perfil se nos sigue escapando entre entrenamientos, poses, excentricidades veniales y regresos siempre a la luz de los focos y los contadores de visitas de Youtube. Por supuesto, a día de hoy Polunin sigue bailando y triunfando por el mundo.

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