Una de las citas ineludibles del aficionado cordobés a la música clásica es el Concierto de Año Nuevo; un encuentro puntual con piezas reconocidas, presentes en la memoria de todos y que en este recital se suelen rememorar. Pero este año, la Orquesta de Córdoba tenía preparado otro plan. Los responsables de la formación habían programado para la ocasión la que es una de las apuestas más arriesgadas de la Orquesta para su temporada de abono, ya que a este concierto acuden también espectadores que el resto del año no se acercan a otros recitales. El Gran Teatro se llenó, y lo hizo habiendo presentado un repertorio muy alejado del tradicional. La familia Strauss, por deseo de Hernández Silva, dejó paso a una Dansa Brasileira de Camargo Guarnieri y a la Rhapsody in blue de Gershwin. Además, los músicos ejecutaron con emoción varias obras enraizadas en la música popular venezolana junto al Ensamble Gurrufío, formación procedente de este país que tiene un sitio propio en la música instrumental de esta nación sudamericana.

Manuel Hernández Silva, rompiendo la distancia en la que parece que normalmente se sitúan los directores de orquesta, se dirigió al público al principio del recital para desear "mucha prosperidad" en 2008, para la sociedad "y para la Orquesta". También explicó que la selección de las piezas -que sonaron como lo hacen las canciones populares de cualquier país, con alegría y sencillez, con emoción y un sabor a entrañable- responde al deseo "de traer parte de mi patria a Córdoba".

En la primera parte, el pianista Ángel Andrés Muñoz se lució con la Orquesta; en la segunda, el Ensamble Gurrufío hizo lo propio con piezas suyas y ajenas en las que no faltó un popurrí para cantar la llegada de este 2008 que se presenta prometedor para una orquesta que hace tiempo que se permite innovar en su repertorio.