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Cuando el fútbol son recuerdos

  • El paso de la Real por Córdoba 36 años después despertó la nostalgia de un puñado de treintañeros para los que el equipo donostiarra supone un retorno inexorable al nacimiento de su mayor pasión

Tardes de fútbol como la de ayer en El Arcángel deben servir para que el cordobesismo valore el gran tesoro que tiene con la Segunda División. Competir con un histórico como la Real Sociedad, sufrir sus embestidas, soportar las acometidas de un equipo que pasa por aquí por una mera coyuntura,  es uno de los pequeños lujos que concede esta categoría. Para valorarlo en su justa medida sólo hay que acordarse por un segundo de El Alcoraz y hacer un poco de memoria. Con eso basta.

Porque hacía 36 años que la Real no asomaba por Córdoba, tiempo para que toda una generación creciera ajena a las historias que oían en casa y que hablaban de un Córdoba en Primera, del ascenso de Huelva, del gol de Fermín... Para esos que hoy superan la treintena, la Real Sociedad sigue teniendo el regusto a rancio campeón, al equipo que ganó las dos ligas a comienzos de los 80, a noches de frío, lluvia y barro en el vetusto Atocha. Por eso, porque hablar del conjunto txuri urdin es hacerlo de uno de sus primeros recuerdos de fútbol, es suficiente para que en el fondo del corazón quede un punto de afecto hacia el conjunto donostiarra.

Porque para muchos aficionados al fútbol, la Real son recuerdos que ayer se plasmaron en su versión más moderna. Mi Real es la de Arconada, Satrústegui, Zamora, Celayeta, Górriz y López Ufarte, cromos de cartón en el álbum de Panini, efluvios de pegamento Supergén y hojas pegadas, memorias de patio de colegio cambiando estampas bajo la letanía de lo tengo, lo tengo, lo tengo, no lo tengo. Así hasta que aparecía ese mirlo blanco, ese fichaje que faltaba para acabar la colección mientras intentaba desprenderme de Uría, ese centrocampista que se multiplicaba por 20 en el taco de repetidas.

Cuando el recuerdo que uno tiene de un equipo es ése, no puede por menos que guardarle cariño. La banderola blanquiazul que abraza ese viejo balón de cuero no es sólo un escudo. Es uno de esos iconos que se vinculan inexorablemente con el nacimiento de la pasión por el fútbol. Para muchos, para mí, la Real es un vestigio casi mítico por encima de su presente. Ayer estuvo aquí, y no se sabe cuándo volverá.

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