Córdoba

La dueña de un estado señorial

  • Catalina Fernández de Córdoba, la marquesa de Priego, fue una de las nobles más poderosas de su tiempo y tuvo una gran influencia en la política y en la arquitectura del Sur

La dueña de un estado señorial

La dueña de un estado señorial

En 1501 los Reyes Católicos concedieron a Pedro Fernández de Córdoba y Pacheco el título de primer marqués de Priego, como gratificación al servicio que prestara su padre, Alfonso de Aguilar, en la reconquista del sur peninsular. A partir de entonces, este nuevo estado señorial pasaría a convertirse en el mayor de todos cuantos existieron en el antiguo reino de Córdoba. Se casó con Elvira Enríquez, prima hermana del Rey Católico Fernando. No tuvieron hijos varones que sucediesen en la casa, pero sí seis hijas, de las que la primogénita fue Catalina (1495-1569). El marqués murió en Olías del Rey (Toledo) en 1517, dejándola heredera universal. Apenas fallecido su padre fue jurada y reconocida por los alcaides y procuradores de todas sus villas y fortalezas, convocados al efecto y reunidos en Aguilar de la Frontera. Carlos V también la reconoció en una carta fechada el 4 de febrero de dicho año en Bruselas. En ella le comunicaba que "mandaré mirar por vos y por lo que tocase a vuestro Estado, persona y casa...". Desde aquel momento Catalina pasó a ser la segunda marquesa de Priego, XI Señora de la Casa de Córdoba, VIII Señora de la villa de Aguilar, Montilla, Duernas, Santa Cruz, Puente Don Gonzalo, Castillo Anzur, Monturque y Carcabuey y segunda Señora de Montalbán, una de las mayores herederas de su tiempo.

Se casó en 1517 con Lorenzo Suárez de Figueroa y Álvarez de Toledo, tercer conde de Feria (linaje nobiliario de Extremadura), que por las capitulaciones matrimoniales pasó a llamarse Lorenzo Suárez de Córdoba y Figueroa, titulándose por este orden, marqués de Priego, conde de Feria y Señor de la Casa de Aguilar, ya que Catalina era la última descendiente de los Aguilar, rama mayor de todo el linaje Fernández de Córdoba.

Se estipuló entonces, entre otras cosas, que el hijo mayor que tuviesen sucediese en ambas casas y estados con los mayorazgos, vínculos, cláusulas y condiciones de ellos. Siendo condición que los bienes estén en la ciudad y Obispado de Córdoba y los marqueses habiten en ella o en su Obispado, donde las mujeres no ganan la mitad de los bienes que se multiplican constante el matrimonio, porque todo esto lo renuncia el conde. La marquesa de tuvo abundante descendencia masculina, como Pedro Fernández de Córdoba y Figueroa. Toisón de oro en Utrecht en 1546, que murió en 1552; Gómez Suárez de Figueroa y Córdoba, conde de Feria de Feria, capitán de la guardia de Felipe II; Alonso de Aguilar Marqués de Villafranca, marqués de Priego que se casó con su sobrina; Antonio de Córdoba, rector de la Universidad de Salamanca, canónigo en la Iglesia de Córdoba, que profesó en la Compañía de Jesús; Lorenzo de Figueroa, religioso de la orden de Santo Domingo y obispo de Sigüenza; María de Toledo, que se unió en matrimonio con Luis Cristóbal Ponce de León, segundo duque de Arcos. Murió Lorenzo el 22 de agosto de 1528 y fue enterrado en Santa María del Valle, Monasterio de Santa Clara, en Zafra (Badajoz).

Catalina llegó en 1530 a Montilla a dedicarse a gobernar sus estados y a la educación de sus hijos. Dotada de gran personalidad, estuvo al frente de este señorío durante más de cuatro décadas. Ejerció un importante mecenazgo artístico y arquitectónico, ligado a fundaciones religiosas y asistenciales, así como a otras derivadas del mantenimiento del palacio de Córdoba y de otras casas e inmuebles que poseía en la ciudad y de su patrimonio arquitectónico en algunas villas de su señorío. Engrandeció la arquitectura montillana con la construcción del Palacio de los Marqueses de Priego, el Hospital de Nuestra Señora de la Encarnación -conocido popularmente como de los Remedios-; o la parroquia de Santiago, desde la que San Juan de Ávila ejercía su sacerdocio y ofrecía grandes misas.

En 1525 fundó el convento de Santa Clara -uno de los conjuntos arquitectónicos más importantes del sur de Córdoba-, en el que profesaron dos de sus hermanas, disponiendo un pasadizo por encima del llamado Arco de Santa Clara que permitiese el acceso directo al templo conventual desde sus dependencias palaciegas, de una tipología constructiva que hunde sus raíces en el mundo musulmán y que constituye el único ejemplo conservado en tierras cordobesas. En 1530 impulsó las obras de la nueva iglesia parroquial de Nuestra Señora del Soterraño de Aguilar. Favoreció el asentamiento de la Compañía de Jesús en el sur peninsular. Gracias a ella, en 1553 se fundó en Córdoba el colegio de Santa Catalina, el primero de todos en Andalucía. Como heredera del mayorazgo dispuso de otras viviendas, tanto en algunas poblaciones de sus dominios como en Córdoba: la mansión de San Nicolás de la Villa y las casas de San Bartolomé, llamadas del Agua.

El patrimonio que fue adquiriendo Catalina, la herencia paterna, el incremento de bienes por su matrimonio y por su gestión como titular del señorío, la convirtieron en una de las nobles más ricas del sur peninsular.

El protagonismo de estas mujeres nobles en el comienzo de la era moderna fue fundamental, ya que su función de regentes, titulares de estados señoriales, les otorgó poder político, pero también económico. Desempeñó la villa de Montalbán y adquirió la villa de Villafranca al Emperador. Poder personal pese a su condición de mujer. En el testamento cerrado que otorgó en Montilla en 1569, declara por heredera de su casa y mayorazgo a la marquesa doña Catalina, su nieta.

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