Cordobeses en la historia

La cantaora internacional limpiadora del cine Iris

  • María Zamorano Ruiz 'La Talegona' fue la única niña de una familia gitana y de varones. Ella vivió y cantó pegada a su madre, y se quedó impregnando los corazones cofrades de Córdoba

REINABA Alfonso XIII. El Ayuntamiento de Córdoba, presidido por Antonio Pineda de las Infantas y Castillejo, instaba a los hermanos Luis y Ambrosio Putzi Kopp, propietarios de la Fonda Suiza, a adecentar su fachada en Las Tendillas, entonces de Cánovas. Al otro lado, la confitería La Perla ofertaba granizadas a 25 céntimos de peseta y chocolate con pastas a 30. Las compañías navieras publicitaban pasajes para "hacer las Américas" a 150 pesetas en tercera clase desde Gibraltar. En Nador, los soldados españoles se dejaban la vida, y la prensa hablaba de las posiciones en el cerro del Gurugú que aún no sonaba a tragedia, aunque la relación de los muertos ocupara más de una columna del diario local El Defensor.

Hasta el entorno del Potro debían llegar aquel lunes 16 de agosto de 1909 los ecos de la verbena de la Virgen de Los Faroles, coincidiendo con la de la Virgen de Acá del Alcázar Viejo, la devoción de la Córdoba más popular. Esa fue la que vio nacer ese día a María Zamorano Ruiz, la cantaora gitana y saetera que conmovió a propios y extraños. Su madre, Rafaela Ruiz García, ya llevaba esa gracia en la garganta al igual que otros miembros de su familia: Los Talegones.

Los cafés-cantantes de finales del siglo XIX, como El Recreo de la calle María Cristina, el Teatro-Circo del Gran Capitán o El Cervantes, habían dejado paso a los grandes espectáculos de flamenco en el Duque de Rivas o el Gran Teatro, en donde Córdoba competía con las ciudades andaluzas más importantes. Pero esta joven saetera del Potro, la única hembra entre cinco hermanos varones, crecía unida a su madre y al margen de esos ambientes, más aptos para las niñas a las que buscaba mantón y trabajo de artista María La Gitana entre los empresarios de Córdoba. No estaba entre las mocitas que lucían sus talles por la puerta del Mercantil, frente a los ojeadores de hembras al servicio de los señoritos cordobeses, más considerados socialmente en aquella época cuanto más hermosa y mejor luciera su amante.

María La Talegona paseó su niñez y su adolescencia por las mismas calles que los Romero Barros y las modelos de Julio; los mismos rincones que cuatro años antes de nacer ella inspiraron La feria de los discretos, de Pío Baroja. Vivió la Semana Santa de los concursos de Altarillos y Saetas y, posiblemente, escuchara cantar infinidad de veces a su gente frente a las ventanas engalanadas el Jueves Santo en los barrios de San Cayetano, Santiago o la Catedral. Soportaría el frío de las madrugadas de los concursos de Saetas en Santa Marina o la Plaza de Colón ya en plena juventud. Quizá acompañara a la madre a los alrededores del convento de La Merced en la Semana Santa de 1926 y en abril del 27. En ninguno de aquellos certámenes está el apellido de Los Talegones como ganador; y las fotos del diario La Voz -el único gráfico de la década- no tienen nitidez como para distinguirla entre niños, jovencitas y viejos. Sin embargo, entre los flamencos como Rafael Merengue, que la adora, se asegura que ganó el primer concurso de Saetas y los cinco duros de premio con sólo 14 años. Debió ser algún certamen no oficial, pues no se refleja en la prensa de la época, ni se encuentran noticias de ellos en las hemerotecas hasta el jueves 9 de abril de 1925, cuando se celebra el primero auspiciado por Rafael Romero de Torres, con Onofre o Moreno Móndejar de jurado. El flamencólogo José Carmona resalta que María "junto a Fernando El Gitano, Automoto, Luís Chifles, Niño de la Magdalena y otros nombres ilustres y míticos del cante cordobés, recorría todos los barrios de Córdoba para cantarle a sus Cristos y Vírgenes". También la recuerda, como toda la ciudad cofrade, en las noches del Jueves Santo y las madrugadas del Viernes "en el jardín del Alpargate, aguardando pacientemente la recogida" del Esparraguero, al igual que en la Puerta de Almodóvar o en los balcones de la taberna del Potro.

De natural tímida pero dotada de un temperamento arrollador, pasó la mayor parte de su vida limpiando casas ajenas hasta que se colocó, también como limpiadora, en los cines de los Cabrera. En 1965, nueve después de crearse el Concurso Nacional de Cante Jondo que acabaría convertido en el Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, María se alza con el premio Cayetano Muriel de verdiales y fandangos de Lucena y Huelva. Su garganta fue un descubrimiento para los bailarines y productores catalanes José Udaeta y Susana, cuya compañía estaba ya avalada por múltiples éxitos en toda Europa. María se estrena con ellos como la Celestina, en la obra del mismo nombre, superando todas las expectativas también por sus dotes dramáticos. Durante seis años llenarán los más importantes teatros del Viejo Continente. Y el público se agolpará a la salida para recoger los autógrafos de aquella mujer que no había aprendido a escribir. Pero garabateó su nombre y compartió escenario con grandes como Enrique Morente o Merengue.

Una representación en el Alcázar de los Reyes Cristianos de Córdoba, sería su despedida de aquella etapa que le reportó su ansiada casa en el barrio del Potro y el regreso a la Semana Santa cordobesa, donde sigue reinando, a pesar de su ausencia desde el 11 de febrero de 1991.

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