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Lamentos de la España olvidada

  • Simbólico. Miles de linarenses se echaron a la calle para pedir trabajo y dignidad en una protesta que puede ser el germen del despertar de las geografías interiores y postergadas

Mientras los medios de comunicación españoles se vuelcan, o nos volcamos, con el dislate catalán, la ciudad jiennense de Linares, tan vinculada con Córdoba por la vía manoletista, se echó esta semana a la calle. Y no para pedir una secesión o la consumación definitiva de tales o cuales privilegios, como en realidad hicieron tantos y tantos en la Diada, sino para pedir trabajo y una vida digna. La manifestación sucedió el pasado miércoles y movilizó a miles de personas, dicen que a más de la mitad del municipio. Exitazo pues de una protesta que no venía promovida por los partidos políticos, por más que algunos intenten luego capitalizarla con sus habituales tretas y engaños, sino por una cuenta de Facebook que en apenas unos días atrajo a miles de linarenses de distinta ideología, cabreados todos y bajo lemas del tipo "Susana, alerta, Linares despierta" o "Rajoy, escucha, Linares en lucha". Entendible en cualquier caso el seguimiento porque hablamos del municipio con mayor paro de España según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).

Linares, sin embargo, no es una isla. Es decir, que el problema que ellos padecen se reproduce en numerosos lugares de lo que podríamos denominar la España olvidada, de la que ya se hablado antes en esta misma sección. Más o menos coincidente con esa España vacía de la que escribía en un ensayo el periodista y novelista Sergio del Molino. Una España interior que, en los últimos siglos, siempre ocupó una posición secundaria respecto a la apuesta de los gobiernos sucesivos por las periferias y por tres o cuatro urbes interiores a la hora de programar sus inversiones y apostar por la industrialización. Si a eso le añadimos que la tecnificación fue diezmando el modo principal de vida de esos españoles del interior, la agricultura, y que desde mil frentes se fue dibujando a esa España rural como una España vaga y paleta, inculta y atrasada, pues ya tenemos el mapa completo del desastre. Hundimiento de buena parte de un país que incluso se agravó en la democracia en esa subasta de apoyos nacionalistas que emprendieron PSOE y PP, cuya incapacidad para entenderse entre ellos ha sido uno de los capítulos más vergonzosos de las últimas décadas. ¿Quiere decirse con esto que esa España interior no se haya ido modernizando? Pues evidentemente no, ya que ajena a los movimientos del mundo no ha sido, pero lo que sí se puede decir es que esas geografías no han convergido con las zonas más desarrolladas sino que, más bien al contrario, lo que han hecho es alejarse.

El supremacismo catalanista o vasco, con ese desdén y ese desprecio hacia lo andaluz, lo manchego, lo extremeño o lo castellano, viene precisamente de ahí, de asumir que su desarrollo es fruto de un mérito especial, casi que genético, y de ahí la xenofobia, mientras que nuestras dificultades son culpa exclusiva de nuestra pasividad. Con lo primero, con la xenofobia, nadie sensato puede estar de acuerdo, aunque en lo segundo si hay que reconocer que la población de estas zonas olvidadas nunca se ha movido lo necesario ni ha sabido luchar contra la jugarreta de un país que la iba excluyendo hasta el punto de que muchos territorios parezcan sobrar. Eso, que se ve ya hoy, aún será más acusado en los próximos años, cuando, si la España vacía permanece en su molicie bovina, más y más autonomías de las ricas irán sumándose a la idea de dejar atrás la solidaridad bien sea por la vía secesionista o por acuerdos fiscales que les beneficien en ese sentido. Esos movimientos ya se ven en Valencia y las Baleares y no creo que tarden en apreciarse en Madrid, que por ser la capital quizá no caiga en eso ya que se beneficia en otras cuestiones.

Con las cosas así, viciadas no de ahora sino de casi siempre, a las ciudades y municipios de esa España olvidada, esa España de paro casi crónico e hijos que se marchan en los andenes, esa España de pueblos envejecidos y de sueldos rácanos, lo único que les queda en solidarizarse entre ella, superando las fronteras mentales que crearon las autonomías, y luchar. Salir a la calle del modo que lo han hecho en Linares y sabiendo que a ninguno de los partidos actuales, llámense PP, PSOE, Podemos o Ciudadanos, les interesa esta España olvidada de la que nunca hablan y a lo que no miran. Ellos no están en esta guerra, y por eso cuando desde la Junta o el Gobierno se persevera en presupuestos tan ridículos como los que le dedican a la provincia de Córdoba, miembro por supuesto de esta España postergada, encontramos a políticos del PSOE y PP que callan como mirlos y maquillan lo que pueden. Su prioridad no es su tierra, sino su posición y su partido, algo a lo que ya digo que son ajenas formaciones como C's o Podemos, caracterizados ambos por su escaso interés por las políticas locales y por su sumisión a sus jerarcas de arriba. Las formaciones nacionales vienen en realidad a la España interior a pedir votos y salir corriendo, a los mismo que iba el político de la novela de Delibes cuando visitó al señor Cayo.

La España olvidada debe por tanto organizarse y hacer política, pues ahí es donde se cambian las cosas. Linares puede ser el principio. Y ojalá en Córdoba nuestra débil sociedad civil tome nota y reaccione. Seguir así es indigno. Diría que suicida.

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