Cordobeses en la historia

La hermana de Julio Pellicer que enamoró a Romero de Torres

  • Francisca Pellicer López nació junto a las heridas de carbón del Guadiato y pasó su juventud en el entorno de la plaza del Potro, que fuera su hogar y la inspiración de Julio Romero.

LA segunda mitad del XIX significó, de la mano de la minería, la época de mayor esplendor económico para el Valle del Guadiato en general. En Belmez, en particular, su cuenca carbonífera pronto llamó la atención de las grandes fortunas españolas, vinculadas en aquella época por lazos familiares y financieros con la ciudad de Málaga. Así, entre otros, se interesaron por este pueblo y la opulencia que escondía en sus entrañas, los masones Manuel Agustín Heredia Martínez y su socio Martín Larios Herrera (primer marqués de Larios), José de Salamanca y Mayol (primer marqués de Salamanca y cuñado de Heredia Martínez), y sobre todo el también masón Jorge Enrique Loring Oyarzábal (primer marqués de Casa Loring, ingeniero de caminos por la Universidad de Harvard y yerno de Heredia Martínez). Este último era dueño de un emporio al que pertenecían la compañía de Ferrocarriles Andaluces, encargada de construir hacia 1856/57 la línea Córdoba-Málaga y Belmez-Córdoba, terminada en 1873; de los altos hornos de Málaga y de la fábrica de Marbella que competían con los de Vizcaya, razón por la que Loring se opuso a la creación de los altos hornos de Belmez, y también poseía la mina Esperanza desde 1866. Tomó en alquiler la Fusión Carbonífera y Metalífera de Belmez y Espiel en 1869, que englobaba los yacimientos de Santa Elisa, San Antonio, Trajano o Cabeza de Vaca y se convirtió en propietario en 1877.

Atraído por aquella próspera actividad, marchó hasta El Guadiato el ingeniero de minas e interventor de la Sociedad Carbonera Española de Belmez y Espiel, Apolinar María Pellicer Pérez, nacido para unos en Loyola (Navarra) y para otros en Valencia. Allí se enamoró y casó con la belmezana Amalia López Rodríguez, con quien tuvo al menos dos hijos: Julio (a la postre escritor, poeta y dramaturgo), y Francisca Pellicer López nacida en Belmez el 19 de octubre de 1880, ocho años después que su hermano.

La niña creció y alcanzó la adolescencia en la casa de la plaza del Santo, donde en 1924 se ubicó la Escuela de Facultativos de Minas, lograda gracias al empeño del belmezano Leopoldo Alcántara Palacios. Tras el fallecimiento de los padres, los hermanos se trasladaron a la capital fijando su residencia en la de unos familiares en la calle Grajea, tan cercana al Potro. La vecindad, y la amistad que unía a su hermano con la familia Romero de Torres, hicieron que Francisca Pellicer conociera pronto al genial pintor, Julio. Debió suceder hacia 1897, dos años después de que su cuadro ¡Mira qué bonita era! viera la luz; cuando él se empleaba como docente en la Escuela de Artes y Oficios cordobesa, a la par que trabajaba en la restauración del artesonado de la Mezquita, y aspiraba a una beca de la Academia de España en Roma con su obra Conciencia tranquila. En estas fechas Julio Pellicer, en su libro Pinceladas, describe a su amigo pintor como una persona que "sufre terribles amarguras y lucha con fortuna" en Madrid, según recoge Fuensanta García de la Torre, Directora del Museo de Bellas Artes de Córdoba.

Después de un breve período como novios y un 30 de octubre de 1899, Paca, como la llamaba Ramón María del Valle Inclán, contrajo matrimonio a los 19 años con Julio Romero de Torres, cinco mayor que ella. Un día antes, el 29 de octubre, había nacido su primer hijo, Rafael, al que siguieron en muy corto plazo de tiempo Amalia y María Romero de Torres Pellicer. La familia vivía en la casa de la Plaza del Potro, en donde Rosario de Torres Delgado, ya viuda de Rafael Romero Barros desde 1895, ejercía una gran influencia sobre el clan Romero de Torres.

Salvo las manos, presentes en buena parte de la obra de Julio Romero, pocas veces posó Francisca Pellicer para su marido. Sí lo hizo en 1900, a juicio de José María Palencia Cerezo, Conservador del Museo de Bellas Artes, en las obras del pintor La siesta y Pereza andaluza, y para ilustrar la portada del libro de su hermano, A la sombra de la Mezquita, en 1902. En 1917 lo haría otra mujer de la familia, su hija Amalia, recostada en el suelo, en el cuadro Alegrías.

La vida de Paca junto a Julio Romero no debió resultar fácil. Pero más allá de toda conjetura, puede afirmarse que resultaría decisiva para el devenir personal del universal artista y de su obra, y para su permanencia en Córdoba. En julio de 1930, sólo unos meses después de la muerte de Julio, a la generosidad de Francisca Pellicer y a la de sus tres hijos, se debe la conservación y posterior donación a la ciudad de 73 cuadros, valorados en unos 400 millones de pesetas, que fueron el germen patrimonial del actual Museo Julio Romero de Torres, inaugurado el 23 de noviembre de 1931. La ciudad los distinguió en los años setenta, a ella a título póstumo, con la Medalla de Oro de Córdoba, en donde falleció el 20 de julio de 1966. Su funeral, en contraposición al de su marido, fue discreto y se ofició en la vecina iglesia de San Francisco. Sus restos reposan, junto a los del pintor, en el cementerio de San Rafael, y todas las distancias que probablemente sintieron en vida, se difuminaron en el abrazo eterno de la muerte. Dieciocho años más tarde moriría su hijo Rafael Romero de Torres Pellicer, autor de la copia de Virgen de los Faroles, que encara la calle de las Comedias.

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