VENTA FRESNADILLO

Hartabellacos

  • Las primeras jornadas gastronómicas basadas en la obra de Juan Valera organizadas por el Ayuntamiento de Cabra ponen el acento en el turismo gastronómico vinculado a la Historia

Venta Fresnadillo es un lugar metafórico donde se darán cita toda una serie de eventos relacionados con el llamado turismo cultural en el que, como no podía ser de otra manera, se incluye el gastronómico, y que no tiene otro objetivo que motivar al personal a mover sus neuronas y, por tanto, sus cuerpecitos serranos a lo largo y ancho de nuestra provincia, esa gran desconocida, en busca de nuevas y motivadoras experiencias.

En algunas ocasiones, como puede ser parcialmente el caso de hoy, harán referencia a unos hechos pasados, pero siempre tendrán el objetivo de remover cabezas, de motivar, si todavía es posible conseguir eso con el pésimo futuro que nos pintan a diario aliñado, además, con eso de que los robot han venido para quedarse y quitarnos el trabajo, llevando a la gente joven mayormente al borde de la depresión.

El pasado 9 de febrero y de la mano del inquieto Francisco Casas Marín, delegado, entre otras áreas, de Turismo del Ayuntamiento de Cabra, tuve la ocasión de asistir a las primeras jornadas de gastronomía en la obra de Juan Valera. Abrió la mañana el egabrense y también diplomático Juan B. Leña Casas, siguió Enrique Garrido Giménez, gerente de la Denominación de Origen Montilla-Moriles, y cerró Almudena Villegas Becerril, miembro de la Real Academia de Gastronomía.

De los tres ponentes aprendimos muchas cosas sobre Juan Valera: excelente diplomático, casi tanto como buen amante, como se deduce de las desdichadas mujeres que fue dejando por las embajadas en las que estuvo destinado, enólogo, preocupado por obtener un buen vino de estas tierras y defensor a ultranza tanto de las mujeres egabrenses como mencianas y sus platos, de los que hizo siempre gala, pese a haber tenido la ocasión de sentarse a la mejores mesas de un gran número de países. Asistieron también mis blogueras de cabecera, capitaneadas por Chary Serrano y Lola Ariza, y terminamos esta jornada formativa con la interpretación de la receta de hartabellacos, de la mano de Ángela M. Agudo, chef del Círculo de a Amistad de Cabra, un plato sencillo, pero saciante, que encontramos en Juanita la Larga.

¿Qué se pretendía con este acto cultural? Porque hasta ahora no hemos visto nada de turismo y volvemos a lo que decíamos al principio. Se trata de motivar, de conseguir que algún emprendedor renazca como es el caso de los jóvenes de Sentir Gourmet Cabra que conocimos ese día y que andan despertando del olvido placeres gastronómicos prácticamente perdidos como los cordeles de la Virgen o las bizcotelas. Cabra necesita de más gente como ésa dispuesta a hacernos abandonar ese futuro apocalíptico que se nos presenta y sea capaz de alegrarle el día y, a la vez, completárselo, al consumidor de museos, monumentos o rutas senderistas, con una nutrida carta de plato basados en Juan Valera, una cocina que no deja de ser histórica. Que la gente viaje a Cabra y se empape en todos los sentidos de los saberes y sabores egabrenses porque… Ensaladilla rusa la hay en todos lados pero gajorros, lo dudo, y mucho más aún cuando descubrimos que estos se fríen en cañas. Algunas de esas cañas que se siguen utilizando, me consta, tienen más de 200 años.

La intensa jornada se completó, y éste es otro proyecto de futuro próximo, con la puesta en marcha una iniciativa por parte de la recién nacida Asociación Córdoba Patricia, Ciencia y Alimentación. Se trata de completar la visita al Museo Histórico Municipal con nuevos saberes, y también sabores, realizando un showcooking, como dicen ahora los contemporáneos, ambientado en el tercer milenio antes de nuestra era. Esta asociación está convencida, como no podía ser de otra manera, de que los conocimientos que se adquieren por parte de los investigadores si no se transfieren a la ciudadanía apenas tienen sentido, pues todo trabajo científico deja de tener valor si no revierte en la sociedad. De momento sabemos que comían carne de forma abundante y que, también, bebieron cerveza, sin duda. El hombre hacía cientos de años que se había hecho sedentario precisamente por eso, porque lo de ser recolector-carroñero, un estomago bípedo, era bastante incómodo y, sin embargo, mucho más complaciente y gratificante esperar a la puerta de la cabaña o la cueva a que fermentara la cebada sin necesidad de que fuera viernes.

Para este cometido de divulgación arqueogastronómica de uno de los yacimientos estrella de Cabra, La Beleña, contamos con la inestimable ayuda de mi amiga Dodes Camalich que, desde la Universidad de La Laguna (Tenerife), dirige un nutrido equipo multidisciplinar y en cuyo proyecto general de investigación figura, entre otros aspectos, conocer a fondo la dieta de estos individuos que habitaron tierras egabrenses desde la segunda mitad del IV milenio e inicio del III milenio a partir del estudio minucioso de su salud bucodental. Todo ello culminando con otro proyecto ilusionante, la puesta en carga de una ruta dolménica de varios días de recorrido en este comarca natural que comienza en los Dólmenes de Antequera, Patrimonio de la Humanidad, y pasaría, en nuestra provincia, por Cabra y, si los musos quieren, por La Calva de Santaella también.

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