arte

Aceptar el propio pasado (por ingrato que sea)

  • La exposición que dedica el Reina Sofía al Nuevo Arte Esloveno brinda una lúcida -pero también desafiante e incómoda- oportunidad para pensar cómo gestionamos, o no, la memoria colectiva

En Yugoslavia, cada 25 de mayo, fecha del nacimiento del mariscal Tito y fiesta nacional, el Gobierno solía editar un cartel, síntesis ideológica del Estado y el Régimen. En 1987, séptimo aniversario de la muerte de Tito y trigésimo de la institución de la fiesta, el cartel salió por primera vez a concurso. Decidido el premio y con el cartel casi en la imprenta, una llamada telefónica advirtió que el diseño ganador era una copia de un cartel nazi. Un esmerado trabajo de collage y fotocopia transformó el afiche Alegoría del heroísmo del Tercer Reich, de Richard Klein (diseñador áulico de Hitler), en el póster premiado por el Gobierno de Belgrado.

No se encontró al informador telefónico. Sí se supo quién ideó el cartel, un grupo esloveno, Nuevo Colectivismo. El Gobierno, irritado sobre todo por su propio despiste, lo acusó de plagio. Los autores replicaron que no pretendían copiar, sino recuperar el pasado. No era una excusa. Además de señalar la cercanía entre imágenes de regímenes totalitarios, incluso antitéticos, querían subrayar el valor crítico de formas y figuras del pasado, incluso de aquél que muchos, en ese momento, parecían ignorar. Nuevo Colectivismo buscaba ejercitarse en algo que llamaron retroguardia.

A través de las ruinas, el colectivo NSK quiso construir algo nuevo, por modesto que fuera

Nuevo Colectivismo era una sección del Nuevo Arte Esloveno (Neue Slowenische Kunst, NSK), unión de tres grupos: Laibach, musical, Hermanas de Escipión Nasica, teatral, e IRWIN, dedicado a las artes visuales. Se unen en 1984. Su primera sección fue la de diseño (autora del cartel) a la que seguirían las de filosofía, vídeo, cine y arquitectura.

El arte de NSK no es fácil. La imagen paramilitar de los miembros de Laibach, las carátulas de sus discos y sus acciones se antojan neonazis. Slavoj Žižek les ha dedicado dos ensayos para mostrar que su intención es promover una identificación con el más ingrato pasado esloveno para que, una vez aceptado como propio, genere su rechazo.

Para comprender la intención de NSK hay que pensar en qué condiciones se produce su arte. En Europa occidental el arte se hace moderno al lograr su autonomía. Libre de la literalidad de la representación y de la moral convencional, también se libera de normas y cánones artísticos vigentes. Con esta independencia puede ensayar muy diversos lenguajes (así surgen las vanguardias artísticas) y convertirse en instancia crítica de la sociedad, por lo que el arte se acerca, con actitudes y medios propios, a las vanguardias políticas. El arte apuesta por la utopía: la alentará, si cultiva coherentemente la forma y no se enreda en ideologías partidistas. Durante la primera mitad del siglo XX, el arte cumple ese papel aun a costa de cierta marginación: las instituciones (academia, universidad, museo) lo ignoran, el Estado lo censura y el mercado es corto en extensión y cicatero en precio.

Todo cambia tras la Segunda Guerra Mundial. Los centros de arte moderno se multiplican, las ventajas fiscales, el deseo de prestigio social y el dinero negro disparan el mercado, y el Estado utiliza el arte moderno como arma durante la Guerra Fría. En Occidente, ante estos cambios, los artistas combaten la sacralidad del museo, intentan obras cuyo valor de uso es muy superior al de cambio y refuerzan la intención crítica. Este proceso no se vive en los países del socialismo real, ni siquiera en Yugoslavia, siempre al borde de la heterodoxia. En 1984, cuando muchos presagian el fin del socialismo real, los artistas discuten cómo pueden cooperar en la cultura de la nueva situación. Tarea nada fácil porque a las restricciones del Estado socialista suceden las que impone el mercado al nuevo Estado neoliberal.

En esa tesitura nace NSK. Recurren al pasado, no con el desenfado del posmodernismo en Occidente (que mantiene la modernidad como trasfondo al que criticar), sino como quien de las ruinas quiere construir algo nuevo, por modesto que sea. El eclecticismo de NSK no es juego sino búsqueda. Lo manifiesta su logotipo: título en alemán (lengua impuesta por Austro-Hungría), en el centro, la cruz de Malevitch sobre una cornamenta de ciervo (alusión a la tradición cristiana) y dentro de la cruz, un diseño de Heartfield: la esvástica formada por hachas sangrientas. Rodeando las figuras, un círculo: en parte rueda dentada -signo del industrialismo comunista- y en parte corona de espinas. He ahí la retroguardia: búsqueda de la identidad a partir de la memoria, por ingrata que sea.

NSK se presenta ahora como un Estado sin territorio, comprometido en elaborar una nueva cultura. Organiza embajadas temporales para discutir con autores de otros países qué debe ser el arte en la era global. Una embajada se celebró en Moscú. En homenaje a Malevitch, desplegaron en la Plaza Roja un gran cuadrado de lona negra. Un modesto paso en la gestión de la memoria cultural y artística. Quizá haya mucho que aprender de este modo de enfrentarse a los pasados que tantos desean olvidar.

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