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El sentimiento no se compra

  • La fractura entre la afición y la propiedad ya es total; quedó demostrada antes, durante y tras un partido que reflejó el sentir del cordobesismo ante la gestión de la familia González

El sentimiento no se compra

El sentimiento no se compra

El fútbol se ha convertido en un negocio. El romanticismo quedó enterrado hace mucho tiempo. Hoy todo gira en torno al maldito dinero, perdiéndose incluso el respeto a los símbolos. El nombre comercial de los estadios, la modificación de los escudos, la profanación de las camisetas, el pisoteo a los que un día te alcanzaron la gloria, horarios indignos... Nada importa si la cuenta corriente sube, dando paso a una sumisión que se ve hasta bien para regocijo de los que dirigen todo desde un sillón y apenas saben qué se vive en un campo de fútbol. Esos que se creen que con un buen puñado de euros -o balboas panameños, o rupias indias que para el caso es lo mismo- todo lo pueden manejar a su antojo. Pero no ahí no hay lugar para el sentimiento, que no está en venta, que no se compra.

El cordobesismo tuvo ayer un día para reivindicar su papel en todo esto. Ya lo había hecho en otras muchas ocasiones en el pasado, pero ahora es distinto. Ver caminar de la mano a una hinchada que normalmente choca en filias y fobias ya era diferente. Ver como ni siquiera la lluvia frenaba el ánimo de los que quieren un club más humano era motivo de orgullo. Más de medio millar de aficionados, de todas las edades o los lugares, cada uno de su padre y de su madre, se reunió en torno a la Puerta 0 de El Arcángel, debajo justo de la imagen de San Rafael, para protestar contra la gestión de la familia González al frente de la entidad.

La nefasta planificación deportiva, la despedida del reto del ascenso antes de tiempo, la clasificación -que no engaña-, la nula inversión en el equipo... eran los puntos en común para originar una tormenta que el propietario -y centro de las iras-, Carlos González, regateó entrando por las cocheras del estadio y luego esquivó desde su palco privado, ese construido con el dinero que tan bien le hubiera venido a la plantilla para aumentar su nivel durnte las últimas campañas. Eso, sin embargo, no le sirvió para hacer oídos sordos a las críticas, que se extendieron al interior de El Arcángel en una mañana fría y lluviosa que dibujó una entrada flojita en el estadio.

Que era un día para la reivindicación quedó patente en el mismo momento en el que fue profanada la liturgia del himno, que esta vez no sólo no sonó atronador bufandas al viento, sino que fue pitado mayoritariamente. También lo fue la presentación de los jugadores, en su primera llamada de atención por parte de la grada en toda esta crisis, profunda y lamentable crisis, que arrancó en octubre y sigue latente aún cuatro meses y medio después. Luego, cuando en el minuto 12, los Brigadas Blanquiverdes -a fin y al cabo fueron los promotores de la iniciativa crítica- entraron al estadio, los gritos de "directiva, dimisión" o el ya clásico "González, vete ya" fueron secundados por la mayoría.

Eso sí, nada tuvo que ver con el momento culmen de la protesta, en el minuto 54 normalmente utilizado para dar de nuevo rienda suelta al himno. Justo cuando Piovaccari se lamentaba de un remate que se le había ido ligeramente alto, El Arcángel se tiñó de blanco, pañuelos en mano, para iniciar una nueva ronda de protestas con un mensaje claro y unísono: "Carlos González se tiene que marchar". O "el Córdoba somos nosotros", que cada uno se quede con el mensaje que quiera. Pero ese es el sentir del cordobesismo a estas alturas de la película, hecho público por una mayoría que siente los colores, que tiene claro que su sentimiento por el Córdoba no está en venta.

Quizás tampoco lo esté el club, menos hoy que vale mucho menos que ayer porque el peligro de abandonar el fútbol profesional está a la vuelta de la esquina. Un motivo suficiente para que la afición aprovechara el final del octavo partido seguido sin ganar en casa, de la sexta jornada consecutiva sin vencer, para acordarse del trabajo del director deportivo y hasta del entrenador -"Marionetas, Emilio y Carrión", cantaron-, también de los jugadores. Pero sobre todo de Carlos González, porque pese a haber puesto a su hijo al frente de la entidad el pasado diciembre, la hinchada tiene claro a dónde debe apuntar. Quizás no venderá, ni se marchará, pero el cordobesismo, que volvió a dejar el estadio desierto mucho antes del pitido final, ya ha hablado. Y bien clarito.

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