La Borriquita

Palmas de bienvenida a la Pasión

  • La hermandad de San Lorenzo estrena la Semana Santa entre cientos y cientos de cordobeses

EL punto de partida del Domingo de Ramos en Córdoba es San Lorenzo, ese templo fernandino desde el que la ciudad da la bienvenida a la Semana Santa cordobesa. La cita es tempranera y, más, después de que se haya perdido una hora de sueño en la noche a costa del horario de verano. No importa que las manecillas o dígitos de los relojes y cualquier otro dispositivo electrónico de última generación haya cambiado la hora porque hay que llegar a San Lorenzo para ver la salida de la hermandad de La Borriquita. Y hasta allí que van tres jóvenes disfrutando en su paseo por Alfonso XIII de sus escasos veintitantos años y luciendo las galas del Domingo de Ramos, esa jornada en la que popularmente es recomendable, como poco, estrenar alguna prenda. Chaqueta azul marino, camisa clara, pelo hacia atrás, gafas de sol y un paso diligente. "Vamos, que comienza la Semana Santa", dice uno de ellos mientras baja por la céntrica vía. Pasado ya el Ayuntamiento, justo en frente de San Pablo sale del portal de su casa un matrimonio también vestido de domingo de fiesta con sus dos hijas con camino ligero con la misma dirección. Mientras tanto, el Realejo luce aún, como si no hubiera despertado del todo y son pocos los que recién pasadas las 10:00 bajan al templo. Aún así, sólo hace falta seguir andando un poquito más para recordar que es Semana Santa al escuchar los últimos ensayos de la banda de cornetas y tambores Caído-Fuensanta que tiene a bien hacer en la plaza Juan Bernier. Al tiempo, en Santa María de Gracia ya hay quien busca sombra y no son ni las 10:15, pero más vale prevenir que la Semana Santa se espera calurosa y ayer no fue para menos. Y aparece San Lorenzo, eso si, parapetada tras unas vallas y tras las que se agolpa un barrio entero, y gran parte de la ciudad, a la espera de la salida triunfal de su blanca hermandad.

"Loli, no vayas a pasar por en medio que hay mucha gente", sugiere un parroquiano a su mujer justo en la entrada de la iglesia, en la que apenas hay hueco ya. La señora pasa sin remordimiento. San Lorenzo está ahora en la calle, repleta de trajes de chaquetas en el caso de ellos y de estilismos primaverales para ellas, aunque también hay quien no echa cuentas de formalismos y espera a la puerta del templo en chandal y zapatillas de deportes, cuestión de prioridades y gustos, vaya.

La hora ha llegado y es un repicar de campanas el que preludia la salida de la hermandad de San Lorenzo. El tono de voz de los que esperan -y son muchísimos ya- sube y los nervios se aceleran hasta que, como por arte de magia, alguien pide silencio y el silencio se hace para recibir al fiscal de horas, que aparece acompañado por un niño vestido de hebreo. Tres golpes en el portón, pero nadie abre. A cualquiera de los mortales no le parecería extraño que la puerta tardara en abrirse desde dentro, pero a los que esperan fuera no. Son segundos de extrañeza para algunos, de incredulidad para otros y, de angustia para muchos. Son instantes que todos quieren que pasen cuanto antes y que se transforman en ambiente de silencio incómodo que sólo rompe el comentario molesto de un adolescente que tiene a bien decir "lo qué tarda, quillo". En otros cuantos segundos, la espera se acaba, se abren las puertas de San Lorenzo y de ellas sale una nube de incienso que prologa la procesión. Y como si de una costumbre se tratara un primero pide silencio en la plaza, una demanda que otro repite hasta que son demasiados los susurros que piden lo mismo. Todo para escuchar al capataz del paso de Nuestro Padre Jesús de los Reyes. Y suena, ese gran clásico entre los clásicos de los capataces: "todos por igual, valiente". Y que no falte. Tras la primera levantá de muchas, los costaleros de San Lorenzo mueven a su Señor y lo mecen hasta que toman Santa María de Gracia con destino a la carrera oficial.

Es el tramo ahora de la Virgen de Nuestra señora de la Palma. Mientras salen los nazarenos, dos adolescentes discuten sobre la marcha que suena ya a lo lejos y que acompaña al Señor de San Lorenzo en su estación de penitencia. El diálogo cofrade entre ambos chavales se mantiene y ahora aluden a los nazarenos azules, que "son del Prendimiento y estrenan túnica este año", anota uno de ellos en el tono que da la sapiencia adolescente. Sea como fuera, del templo salen y salen palmas. Salen y salen pequeños vestidos de hebreos, los mismos que en unos cuantos años, mucho antes de lo que se esperan, irán con cubrerostros acompañando a sus titulares y abriendo los días santos.

En una espera más liviana que la primera, el silencio se agradece y sólo se rompe con el cercano llanto de un bebé y las primeras direcciones del capataz del paseo de Nuestra Señora de la Palma, que este año sale con el cambio del techo de palio. "Siempre con el corazón y pensando en su carita morena", dice. Y la Viregn de la Palma se abre paso en San Lorenzo entre aplausos de camino también a carrera oficial, en una gran jornada de Domingo de Ramos, de esas que se quedan en el buen recuerdo.

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