Provincia

Un castillo que espera su renacimiento

  • El castillo de Belalcázar ha sufrido la falta continuada de obras de conservación y mantenimiento · La Consejería reserva 300.000 euros para actuaciones

El castillo de Belalcázar le dio nombre a un pueblo -al de la frontera cordobesa con Extremadura donde se levanta desde el Medievo- y a un condado -merced al título nobiliario que Enrique IV de Castilla le otorgó en 1466 a Alfonso de Sotomayor, quien curiosamente no vio la fortaleza terminada-. Cuenta la leyenda que fue la reina Isabel La Católica quien bautizó, casi sin querer y con un comentario referido al propio castillo, a un municipio que hasta entonces se llamaba Gahete. "¡Que bello alcázar tenéis, señor conde!", dicen que le comentó la reina a quien también era duque de Béjar y marqués de Gibraleón.

También cuenta la leyenda que entre sus muros se escuchó a Miguel de Cervantes leerle su primera parte del Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha al conde, a quien, como mecenas de la universal obra, se lo dedicó.

Pero lo que no cuenta la leyenda es que la decadencia del monumento del gótico tardío con la torre del homenaje más alta de la Península Ibérica -con más de 47 metros- ha corrido paralela a la del propio municipio, venido a menos desde que hace siglos muriera también el condado.

Belalcázar ha ido perdiendo habitantes -ahora apenas llega a los 3.600 cuando en 1930 sobrepasaba con creces los 10.000- al mismo ritmo que el castillo escupía sus piedras al suelo víctima de la erosión a la que condena el paso del tiempo. Su mayor destrucción, paradójicamente, la produjeron los propios belalcazareños cuando tras la Guerra de la Independencia encontraron en él la mayor cantera granítica para construir sus casas. La fortaleza conserva las huellas de la invasión napoleónica en forma de cañonazos en sus paredes, que apenas le hicieron daño, lanzados por tropas españolas e inglesas contra el atrincheramiento del ejército imperial que lo había tomado. Desde entonces, el expolio se acentuó.

La historia más contemporánea explica que, en el siglo XIX, una deuda de los duques de Osuna -por entonces responsables del monumento- se saldó con el paso del gigante del gótico tardío a manos de la familia Delgado, que lo ostentó hasta que el pasado 14 de enero la Junta de Andalucía firmó su compra por, exactamente, 1.894.000 euros. En todo ese tiempo, Belalcázar ha ido viendo como su emblema estaba destinado a un obligado envejecimiento crónico y prolongado. Las actuaciones para su conservación eran demasiado caras e inviables, obviamente, para la familia y las administraciones no tenían competencias para realizar obras en un bien privado. Sin embargo, algún que otro convenio millonario en el que participó el Ayuntamiento se firmó, aunque tan sólo sirvió para hacerle un pequeño lifting a base de piedras que también tenían fecha de caducidad. El otrora reclamo de juego de niños que se aventuraban hasta a subir a su torre del homenaje por caracoladas escaleras casi convertidas en polvo a riesgo de perder la vida tuvo que sufrir el tapiaje de sus entradas para evitar alguna desgracia.

"Lo hemos comprado para devolvérselo a los vecinos en mejores condiciones", dijo la delegada provincial de Cultura, Mercedes Mudarra, tras la adquisición del castillo por parte de la Administración autonómica. "La compra del monumento completa la puesta en valor de un rico patrimonio, ya que [la fortaleza] junto al convento de Santa Clara, que ya hemos reformado, convierten a Belalcázar en uno de los destinos turísticos culturales más importantes de Córdoba", apostilló la delegada.

No obstante, los belalcazareños están convencidos de que pasarán muchos años antes de ver la fortaleza restaurada. El enfermo ha sobrevivido al coma, pero aún le queda la vuelta completa a la vida. De momento, la Junta ha anunciado, por boca de la propia Mudarra, que va a invertir en 2009 unos 300.000 euros en la recuperación de los niveles de solería del monumento y el vaciado de las estancias soterradas. Tras el desescombro, será la primera piedra para elaborar un plan que frene su deterioro, una actuación en la línea del "golpe a golpe" que un día escribiera el poeta Antonio Machado.

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