Crítica de Música

Dame ochomiles y dime bajista

sting

Fecha: domingo 12 de julio. Lugar: Plaza de Toros. Más de 8.000 personas.

¿Más de ocho mil es mucho? Les juro que sí. Más de lo que pensaba. Pensarlo suena lujurioso. Pero decir "más de ocho mil" es gratificante si el pico es alto. Sting los trajo al redil. Nada sería de esa dimensión numeral sin energía en su interior. Acabaría como aquel globo de feria, que al día siguiente es un guiñapo al lado del osito rosa. Ocho mil no solo ya no son lo que eran, sino que ahora son mucho más. Antes de que inventaran las lentillas, llenar la plaza de toros de Córdoba no era tan complicado. Testigos fuimos, demos fe. Eran años en los que leyes, economía y público se ponían de acuerdo para reventarla. A saco. Ahora los tres primos se han puesto bastante mas delicaítos. Por eso, ver el coso de Los Califas infectado con más de ocho mil almas coreografiadas, contorneando su cuerpo codo a codo, como garbanzos en una olla, hirviendo en otra noche incinerante de julio, resultó tan emocionante como aquellos ocho mil euros de multa para un profesor de autoescuela que agredió a un examinador de Tráfico tras un "desencuentro".

¿Sting tiene ocho mil años? Podría tenerlos, y reírse de todos con su atlética figura de porte tantra, harta de reconectar con el mundo espiritual a través de todas las cosas, entre otras la música. Puff Diddy se inició en el sexo tántrico inspirado por Sting, y afirma que aguanta ocho mil. ¿Fantasma? Ochomil son los picos más codiciados del mundo. Esos que necesitan un cuerpo fibrado, pulmones de acero, mente lúcida y unos buenos sherpas stingnianos para la cena bajo las estrellas. No se entretengan en escribir otras grafías de la expresión. Que nadie escriba ocho mil. Se escribe de seguido, a rajatabla, al estilo Raimundo Amador, que le precedió con todo el arte. Se escribe seguro de ti mismo, envalentonado por el ritmo funky, sin desperdiciar oxígeno, a sabiendas de que cada nueva canción marca un hito de banderas de colores en tu vida como músico. O tal vez como montañista. Cuando un ochomil se niega a ser escalado es inútil que inviertas esfuerzos o habilidad. Pero cuando se deja... ¡Ay cuando se deja! El ochomil de la Plaza de Toros de Córdoba era el último puerto de montaña para el Guitarra 2015. Y Sting había venido a conquistarlo. A subir palmo a palmo su silueta con cuatro cuerdas como asidero. Porque no es guitarrista, es bajista. ¿Y qué más da? Nosotros nos dejamos tantralizar el domingo por lo que fuera necesario. Desde que sonó Faith hasta que se fue, frágil, como nadie le imaginaba.

Sting supuso un antes y un "ahí queda eso". La capacidad para empatizar con la horda sudorosa entre la que nos contábamos, sedienta de cerveza cara y hambrienta de ritmos víricos, palpitante de recuerdos atropellados, fue abrumadora, atosigante, de desmayo. ¡Cántate una rara que nos vas a matar! Pero ni caso. Walking on the moon, Message in a bottle, So Lonely, De Do Do Do, De Da Da Da, Roxanne... Con su barba descuidada y permitiéndose entrar al trapo de la euforia colectiva con algunas poses flamencas de guiri aferrado a un set list en el que, como avalanchas en el Annapurna, las viejas y nuevas conocidas nos besuqueaban hasta babearnos sin piedad al estilo de las abuelas. Su manera de sacar partido a una banda parca en número y multiplicada por ocho mil en resultados fue pasmosa. Sus dejadas a canasta en campo base, en pro de las habilidades jazzistas de su pianista Sancious, de las ocurrencias frikis del violinista Tickell, que no paró de inventar en toda la noche, tan acertadas como no escalar con vientos de postmonzón.

Según un Sutra del Budismo Mahayana la perfección de la sabiduría cabe en ocho mil líneas. Es entonces cuando Sting toca Every breath you take y preferiríamos estar muertos que en aquella balsa de penitentes caldeados que no puede dejar de bailar, no puede dejar de cantar, no puede parar de ascender, no puede dejar de dar loas a un festival cuyo fin de fiesta supo a bandera en la cima de la diversión.

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