Cultura

Suite ebúrnea de noche y cuerpos

La noche con calambre de verano, con calor de calle y un vago rigor de ocios y palmas. El baile volvió a protagonizar íntegramente la inauguración de La Noche Blanca del Flamenco después de la participación de Eva Yerbabuena en 2011. Entonces la ciudad hervía en el cosquilleo previo a la decisión del jurado de la Capitalidad Cultural, ese azul que se apoderó de Córdoba como una dulzura compartida, efímera y soñada. Había alcalde nuevo, que es el mismo de ahora a pesar de que a mitad de camino se quiso ir a Sevilla. Cuántas cosas han pasado en tres años pero Gómez sigue sin pagar. Se mantiene la Noche Blanca con su liturgia inaugural en las Tendillas, la plaza con vibración de desembocadura en la latitud templada de los caminos compartidos, la ciudad otra vez en la calle, las familias, los amigos, los novios, las pandillas, los que saben a lo que vienen y los que se lo encuentran, la gente perdiéndose el final del Alemania-Ghana, el flamenco en la pauta festiva, popular y sinestésica de las mejores noches, la luna tímida de junio, las colas en La Flor de Levante y la infinita pasión por los colores, ese olor del Sur cuando el pueblo sale a la calle, una encrucijada de edades, ritmos y frituras, los paseantes clandestinos del perímetro, la nena ruborosa de risa y estío que aparece de año en año para perseguir al flamenco estoico y sentimental, la facilidad de estar a gusto con poca cosa, los que quieren más cerveza, los que programan la madrugada y la vida, los que resumen el partido de Argentina, los que dicen por séptimo año que no volverán a la Noche Blanca, los que buscan no dormir solos, los que buscan no dormir, los que ni buscan ni encuentran, los que se ven en Primera. Y Sara Baras.

Le faltaba a la Noche Blanca de Córdoba una dosis de esta bailaora que ha sido Mariana Pineda, Juana la Loca, Carmen y La Pepa, y ayer la tuvo. Puntual arranca la velada con la imagen de Paco de Lucía en las dos pantallas laterales (queja mayoritaria: muy pequeñas). Homenaje al guitarrista con su música, locución y algunos de los momentos más significativos de su vida. "Hasta luego, compañero", dice la voz. La plaza está atestada.

Presentación del Ballet Flamenco y martinete del cuerpo de baile con juego de bastones. Suite flamenca es un espectáculo que, a partir de la variedad musical y rítmica, permite a la gaditana expresarse de muy distintas formas, navegar entre la tradición y la vanguardia con esa fusión de sabiduría, respeto, talento y gracia que sólo poseen los más grandes. Integrado por piezas muy diversas, experimenta modificaciones en función de los espacios y ocasiones. Así, ayer se vio una versión adaptada específicamente para este acontecimiento.

Que incluyó como tercer epígrafe un baile por tangos con abrazo final entre Baras y José Serrano, su compañero y artista invitado, cordobés que se formó con Antonio Mondéjar y comenzó su trayectoria profesional en la compañía de Mario Maya. El cuerpo de baile regresa por fandangos (hay gente que abandona la plaza: el agobio es máximo), gol de Ghana y Baras acomete por seguiriyas, demorándose bajo un cielo que parece un lago que parece un misterio, vuelve el colectivo por guajira y Serrano se marca una farruca. Suite flamenca cuenta con Keko Baldomero como director musical y guitarrista junto a Andrés Martínez, Miguel Rosendo y Rubio de Pruna al cante y la percusión de Antonio Suárez Salazar. En el cuerpo de baile, como si fuera una alineación del Mundial, Daniel Saltares, David Martín, Raúl Fernández, Alejandro Rodríguez, Manuel Ramírez, María Jesús García Oviedo, María del Rosario Pedraja, Carmen Camacho, Cristina Aldón y Tamara Macías.

Tientos en grupo y Baras, que después de muchos papeles luminosos se prepara para ser Medusa, regresa sola para bailar por alegrías. La compañía disfruta por bulerías antes del fin de fiesta, la plaza en una temperatura de levedad y peligro, un aviso de madrugada caudalosa, la ciudad con sus promesas de selva, fuego y quejío, los que se retiran y los que siguen, los errantes y los metódicos, los que no se quitan de la cabeza la idea de que mañana es domingo. Queda la tímida luna en su marfil de sospecha, queda el álgebra de la fiesta, queda un filo, una clave, una respiración de suite ebúrnea de noche, cuerpos y hallazgos.

Al cierre de esta edición comenzaban el espectáculo Patio de Lucía en la sede de la Asociación de Vecinos San Basilio (homenaje de un heterogéneo grupo de artistas cordobeses al guitarrista algecireño fallecido el pasado febrero, dirigido por el bailaor Daniel Navarro) y el concierto, en el entorno de la plaza de la Calahorra, de los tres artistas que ganaron los premios de la vigésima edición del Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, celebrada el pasado año: el cantaor Manuel Cástulo (que actuó el viernes en el Palacio de Viana), la bailaora Mercedes de Córdoba y el guitarrista Niño Seve. El guión establecía una sugerente diversificación de electricidades en la madrugada, con Arcángel y el Coro de Nuevas Voces Búlgaras Laletata en el compás de San Francisco, José Mercé en la plaza de la Corredera, Niña Pastori en el Patio de los Naranjos de la Mezquita-Catedral, Tomasito en la plaza del Potro, la Escuela de Música Árabe-Flamenco en la plaza de Abades, María Toledo en la plaza de Jerónimo Páez y Diego Carrasco en la plaza del Triunfo. Atrás quedan los números de los fastuosos primeros años (en 2008, más de 50 actividades y unos 600 artistas implicados), pero la Noche Blanca mantiene su poder de convocatoria. Y este año puede tener una prolongación gloriosa: la Noche Blanquiverde.

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