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La Vuelta, el amor imposible de Froome

El amor declarado de Chris Froome por la Vuelta, competición en la que se anunció como ciclista de élite y de la que dice estar encantado de volver en cuanto puede, se está tornando en imposible.

Son ya cuatro los intentos del británico de hacerse con el triunfo final en la ronda española. En ninguna de ellas el ganador del Tour de Francia en 2013 y 2015 pudo hacerlo. Por una u otra razón, la Vuelta, que a su vez demuestra que la querencia es mutua, acaba siéndole esquiva.

En 2011, el año de su presentación, se debió a que su cometido era más ayudar a su compañero y entonces líder del Sky, Bradley Wiggins, a quien, no obstante, aventajó al final en la general.

En 2012 terminó cuarto porque en el Tour y en los Juegos de Londres se dejó buena parte de las fuerzas que hubiese necesitado para dar réplica a un Alberto Contador que tiró de piernas y cabeza para hacerse en Fuente Dé con un triunfo tan inesperado como peleado.

En 2014 repitió la segunda plaza de 2012, incapaz de nuevo de poder con Contador en la revancha de un Tour en el que dos de los mejores de la última década se retiraron después de dar con sus huesos en el suelo.

Igual le ha pasado este año al corredor nacido en Kenia, que ha vuelto a portarse con la Vuelta con ese amor no disimulado que lo tiene acudiendo a ella aún henchido de gloria con su segundo Tour, metiéndose en carrera aun después de un primer fallo y terminando una agónica etapa en Andorra que lo único que podía ofrecerle era rabia, decepción y dolor.

"Realmente estoy hecho polvo por dejar la carrera, pero las lesiones que sufrí en la etapa del miércoles fueron demasiado para continuar", se lamentó Froome. Una disculpa innecesaria que demuestra el cariño y respeto que le tiene a la Vuelta, la misma que lo espera con los brazos abiertos en próximas ediciones y a la que seguro le gustaría tener su nombre con letras de oro en el historial de ganadores.

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