Córdoba

Pitillos, gafas de pasta y... ¡galgos!

  • Las nuevas tendencias juveniles acercan a parques y terrazas a una raza desde hace décadas maltratada

Estallaba el rock and roll en Estados Unidos con el compás del you know we're caught in a trap y el tupé de Presley. La sonrisa y el lunar de Marilyn enloquecían a la generación de los primeros tejanos y las chupas de cuero de las pelis de James Dean y Marlon Brando. La caravana hippie móvil izaba en California la bandera de la paz y el inicio de los 60; los 60 del Yesterday de Paul McCartney y los Beatles y de la minifalda y del pelo corto y de la revolución negra. La heroína y el LSD acabaron con quien prefirió drogas a sexo en los 70 y los pantalones de campana se ciñeron y la laca y la Coca Cola y Michael Jackson coronaron los 80. Después los Backstreet Boys, las Spice Girls; las camisas de cuadros, los desaliñados 90 que salvó Kurt Kobain. La juventud es probeta de la época y cada moda, cada acorde, tupé o roto en el vaquero encubre una transformación, un avance, una revolución.

El hispterismo, la corriente cultural contemporánea en boga, la de las gafas de pasta -que ya portaba Woody Allen en su Manhattan de 1979-, los pitillos, las camisetas anchas y las redes sociales, encierra una generación altamente cualificada y escrupulosamente concienciada con el medio ambiente. Tanto es así que entre los cómplices del hipster, además del Smartphone, la barba poblada, la música alternativa y los colores llamativos, ladra una raza animal históricamente maltratada -especialmente en la provincia de Córdoba-: el galgo.

La Corredera, los jardines del Balcón del Guadalquivir o el parque Madre Coraje -comúnmente conocido como el parque de los Teletubbies- acogen cada día reuniones caninas con protagonistas que, hasta el momento, rara vez aparecían en escena. Esbeltos, elegantes. Negros, atigrados, blancos. Los galgos, desde hace décadas catalogados más como perros de caza que como mascotas -como tal concebidas- y víctimas de abandonos y maltratos que en multitud de ocasiones provocan su muerte, están cada vez más presentes en los hogares de los cordobeses que determinan ampliar el seno familiar con un integrante animal. El afecto del eminente cordobés Julio Romero de Torres a su galgo Pacheco o el aprecio que mostró su ilustre alumno Salvador Dalí en El enigma sin fin a la figura de esta raza canina es, pausadamente, concebido con la naturalidad que procede a cualquier animal.

José llama a Héctor, que juguetea junto a varios perros en una de las zonas de césped del parque Madre Coraje. "Siempre me han gustado los galgos. Lo que les hacen siempre me ha impactado mucho", declara José. Héctor tiene cuatro años; fue abandonado en Montoro y, desde hace uno, vive en casa de José junto a la pareja de éste y dos perros más. "Normalmente los galgos abandonados suelen ser muy recelosos y tener miedo pero este, quizás por estar en casa junto a los otros dos perros, es muy sociable y cariñoso".

El prejuicio -la desinformación- es el más importante lastre de esta raza. La alta velocidad que pueden alcanzar ha derivado en la creencia errónea de que estos perros han de vivir en el campo, recorrer largas distancias diarias, son incapaces de adaptarse a espacios reducidos -como un piso- o son fríos e inquietos. En Centroeuropa, los países nórdicos y, desde hace algunos años cada vez más en la península ibérica, son muchos los que pueden disfrutar de la compañía de un animal tranquilo, cariñoso y que logra sin dificultad habituarse a viviendas de pequeño tamaño. "Héctor puede dormir 16 horas al día. Coge algún cojín, algún lugar blandito y duerme durante la mayor parte del día. Después, como cualquier perro, salimos a un paseo, cuatro carreras y poco más", señala el adoptante de este galgo negro.

Héctor fue rescatado hace ya más de un año por la asociación cordobesa Galgos del Sur. Su presidenta, Patricia Almansa, afirma que la elevada cifra de abandonos y maltratados registrada en la provincia tiene un trasfondo cultural "importantísimo". "Los galgueros, que emplean los galgos para la caza o las carreras, cometen verdaderas barbaridades cuando creen que los perros ya no valen para lo que ellos quieren". Desde abandonar a los canes en una cuneta hasta darles de comer en un cubo lleno de agua con un mendrugo de pan al fondo para que cuando el animal alcance la comida ya esté lleno y así ahorrar en su alimentación. Almansa asegura que "cada vez los galgueros tienen más cuidado si quieren deshacerse de algún perro". "Ahora es muy habitual que los ahoguen en alguna balsa para que nadie pueda verlos o se adentran en el olivar para colgarlos", comenta la presidenta de Galgos del Sur. "No somos capaces de asociar que el problema está aquí, aunque los jóvenes están más concienciados", confiesa el secretario de la organización, José Carlos Casas. Ambos subrayan que en muchos casos los responsables no "son conscientes de las barbaridades que cometen; les parece normal".

"Los vacunan a su antojo y no los llevan al veterinario. Hemos visto galgos con un palo atado a una pierna para presuntamente curar una fractura", señala otro de los miembros de la protectora, Javier Luna, al tiempo que acaricia a Pupu y Lucy, dos galgas rescatadas por Galgos del Sur que ahora viven en su casa. Lucy fue abandonada en la localidad de La Guijarrosa junto a otros cuatro galgos. "Le habían disparado en el costado pero pudimos salvarla", indica el cordobés.

Desde la Federación Española de Galgos (FEG), pese a que condenan plenamente los malos tratos y el abandono de estos perros y rechazan la generalización que les relaciona con las aberraciones de que estos canes son objeto, advierten de que "el galgo no es el perro más abandonado ni maltratado, pero sí el más robado".

Es el estrecho zulo -de abandono, robo, maltrato precediendo a la muerte- en que el galgo, una raza autóctona de España, ha sobrevivido humillado desde hace décadas y en el que ahora los jóvenes, los hispters -los modernos-, abren un ventanal que aspira a igualar la condición animal y canina del galgo a la del resto de canes. A rubricar que el hombre puede, si es hombre, ser el mejor amigo del perro.

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