Cruz conde 12

Las buenas costumbres

  • Hábitos perniciosos. La meritocracia se pisotea en pos de la partitocracia, una fórmula maléfica con fines electoralistas que socava las instituciones y las lleva a la tumba

C ASI todas las librerías tienen a mano todavía algún manual de buenas costumbres para niños, pero no estaría de más que alguna editorial se aventurase a publicar otro dedicado a la clase política, la cual hace tiempo que, salvo meritorias excepciones, perdió el sentido de la elegancia y de las prácticas nobles. A estas altura supongo que nos conformamos con que el prócer de turno no meta la mano en la caja ni beneficie a su cuñado, pero la ambición lógica debería ir más allá. Por eso me parece una medida de lo más saludable la pronta dimisión de la delegada de Educación y Cultura, Manuela Gómez, que en apenas una semana pasó de celebrar la victoria del PSOE andaluz a tener que abandonar su carrera política. Según me cuentan su socialismo es profundo y pasional -digámoslo así- por lo que doy por hecho el dolor hondo que le ha tenido que producir esta salida tan poco edificante. Es lo que tiene confundir el culo con las témporas, porque la cartita que les envió a algunos funcionarios públicos para agradecerles su implicación en campaña y felicitarse por el amanecer del susanato tenía su miga. En otro momento quizá la mujer habría salvado la gaita, pero coincidió la filtración de la misiva con la de la grabación de la socialista jiennense Irene Sabalete, y a la delegada cordobesa no le quedó otra que preparar su maletita y volverse a su instituto. ¿Supondrá un anuncio del regreso a las buenas costumbres a los cargo públicos? Pues llámenme desconfiado, pero me temo muy mucho que no.

Lo más curioso de la carta es que la señora Gómez concluía su texto diciendo a todos que lo que allí habían hecho trabajando en pos de la permanencia del socialismo andaluz en la Junta era "una noble" tarea. Curiosa nobleza esa de utilizar la institución en beneficio del partido, pero hasta se entiende la terrible confusión de la delegada cordobesa al observar que ese es un mal profundo que se extiende por todas las administraciones públicas españolas. De acuerdo que en la Junta andaluza este es un problema grave, que tiene hasta las narices a cientos de funcionarios públicos que se sienten vigilados por comisarios políticos que les echan el aliento en la nuca a cambio de trepar en la profesión o de complementos salariales, pero no sólo allí cuecen habas. Con esas fórmulas, en las que meritocracia se pisotea para favorecer la partitocracia con sus tumores pustulentos, natural es que el ambiente en nuestra educación y en nuestra sanidad se haya deteriorado hasta el punto de que existan filtraciones anónimas propias de contextos sociales en los que existe el miedo y se echa en falta la libertad. De hecho, me da a mí que sí la Junta ha ganado estos comicios no ha sido precisamente por el voto de sus trabajadores públicos, que por lo común lanzan más críticas que loas a las acciones políticas que sobrevuelan su labor.

La conclusión al cabo, y esto se viene diciendo por activa y por pasiva desde hace años sin que nadie haga nada, pasa porque los representantes públicos entiendan de una vez que las instituciones no son cortijos en los que instalar a la familia, el borrico y el carro, sino lugares que están de paso y que los sobrepasan. Explicarle esto a gente que entiende que el PSOE y la Junta son la misma cosa, o que Galicia y el PP también son identidades, resulta complejo, pero no queda otra si de verdad quieren que este instalache de la democracia que tantísimo amamos los más no se venga abajo. Y es que muchas veces la oposición lo único que hace es estar a la espera de que el partido al mando se la pegue para herederar el mastodonte, ponerle la brida, renovarle las cabezas y colocarlo al servicio propio. Mientras no se entienda que los políticos no deben ser radicales sectarios que tuitean en campaña cualquier tontería que les alienta el jefe de turno sino gente juiciosa y sensata que entiende la alta responsabilidad que les toca en suerte no estaremos avanzando hacia que el servicio público sea de verdad una noble tarea. Por ahora, de nobleza ni hablemos, porque si lo único noble que vemos son las escasas dimisiones que acontecen listos vamos.

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