Córdoba

Un "líder nato" caído en Afganistán

  • Todos aquellos que conocieron al sargento primero Joaquín Moya lo califican como un hombre serio muy entregado a su profesión

El sargento primero Joaquín Moya, cordobés de 35 años, perdió su vida el pasado 6 de noviembre haciendo aquello que más amaba: trabajar con el ejército español en aquellos territorios en guerra o en conflicto. Su última misión la llevó a cabo en Afganistán, en concreto en las proximidades de la localidad de Ludina. El suboficial formaba parte de un Equipo Operativo de Asesoramiento y Enlace (OMLT) que instruye al Ejército Nacional Afgano (ANA) en las tareas de despliegue de los militares afganos en la provincia de Badghis.

Un disparo en el tórax le quitó la vida cuando una unidad del Ejército afgano estaba desplegada en una loma, junto al equipo de mentores españoles y un equipo de tiradores de precisión que protegía a las unidades que progresaban por el valle. En ese momento, recibieron fuego de armas ligeras desde una posición lejana, y el sargento primero Moya fue alcanzado por una bala, a pesar de llevar todas las medidas de protección establecidas. En ese momento llegó el final de un "líder nato", tal y como lo califican sus superiores, entregado desde los 17 años a su carrera militar. Sus compañeros y los soldados que se han encontrado bajo su mando coinciden en que era una persona muy seria y estricta, que se hacía respetar, aunque detrás de ese caparazón se encontraba una persona llena de bondad.

En el recuerdo de sus familiares quedará grabada su sonrisa, esa con la que desde pequeño consiguió ganarse a todo aquel que se cruzaba en su camino. De niño era normal verlo en la calle Evaristo Pino de Córdoba, donde se encuentra la vivienda de sus padres, jugando al balón o divirtiéndose con su pandilla de amigos, muchos de ellos hijos de vecinos. "Era un buen chiquillo que nunca ha dado un ruido ni ningún problema a sus padres. Era amable, bueno y sobre todo muy familiar", aseguraban muchos de los que lo conocieron desde muy pequeño.

Durante su adolescencia comenzó a rondar por su cabeza el deseo de formar parte de las Fuerzas Armadas. Un sueño que haría realidad a los 17 años con su ingreso en la base militar cordobesa de Cerro Muriano. Allí se enfundó su primer uniforme militar. El ejército era su vida, a pesar de que sabía que si quería estar en el mismo tenía que estar lejos de casa. La distancia, en todo caso, no impidió que siguiera conservando a sus amigos y que todos quisieran quedar con él cada vez que disfrutaba de un permiso.

Su mayor pasión era su hijo, de nueve años, fruto de su primer matrimonio. Las muestras de cariño y las atenciones eran constantes. Y es que para el sargento Moya su pequeño era lo más grande que le había pasado en la vida, era un trozo de su ser al que debía de cuidar como su joya más preciada. Tras su divorcio, hace aproximadamente un año y medio, compartía la custodia del menor con su exmujer, aunque en ningún momento faltó a sus obligaciones como padre. Estaba siempre ahí en lo que su hijo necesitaba y pedía. El único obstáculo en esta relación paterno filial era la distancia, puesto que él se encontraba destinado en el Regimiento de Infantería Garellano 45, con sede en Vitoria, tras su ascenso a sargento primero. El pequeño tuvo que aprender a llevar lo mejor posible que su padre tuviese que pasar las semanas lejos de Córdoba debido a su profesión.

A los padres del suboficial Moya tampoco le gustaba que su hijo estuviera a tantos kilómetros de distancia. Pero con el paso de los años habían asimilado que era el deseo de su hijo, su mayor pasión. Antes de su llegada a Vitoria, el sargento Moya había pertenecido al cuerpo Paracaidista de Alcalá de Henares, ya que amaba volar. Incluso, por su cabeza pasó la idea de ser piloto, aunque la tuvo que desechar por el desembolso económico que ello suponía para la familia. A sus padres cada vez les costaba más que su hijo mayor tuviese que participar en una misión internacional. Hace seis años ya formó parte de la operación militar en Bosnia. Pero antes de viajar a Afganistán, sus padres incluso le pidieron que no participase de nuevo en una misión, debido al peligro que corría. Una petición que el suboficial no pudo formalizar, ya que la entrega a su profesión hizo que no dudase en acudir a la misma.

El sargento primero Moya también era amante del Carnaval, una fiesta de la que disfrutaba con su chirigota. Aunque su mayor pasión era la Semana Santa. Para él era imperdonable faltar cada Viernes Santo a la cita con su cofradía en Córdoba, la Hermandad del Descendimiento. Como costalero, ha portado año tras año a Nuestra Señora del Buen Fin, sin tan siquiera una falta. Él era devoto de esta imagen, muy querida en su barrio, el Campo de la Verdad. Entre sus compañeros era muy querido y admirado. En el palio siempre guardarán su sitio.

El pasado domingo una bala le arrebató su vida. El Ministerio de Defensa quiso reconocer su coraje y entrega concediéndole la Gran Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo, insignia que su actual pareja sentimental, sargento del Ejército de Tierra y compañera de la misma unidad, colocó sobre su gorra para no separarla de su féretro durante el sepelio y el entierro. En su último adiós la familia contó con el apoyo y el calor de centenares de personas que abarrotaron la iglesia de San José y Espíritu Santo. Las muestras de dolor dieron paso a un fuerte aplauso a las puertas del templo, como muestra de cariño y admiración hacia la persona del militar Moya. Descanse en paz.

En la imagen,

detalle de varios soldados

durante un desfile

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