En Japón los gatos superaron hace tiempo a los perros como sus mascotas preferidas. Su silenciosa empatía; su preferencia por las alturas desde donde dominar a su manada y vigilar que nada sucede; o ese modo desdeñoso pero fiel de rozarse con nosotros para decirnos que sí, que nos aman pero con algunas reservas y bastantes condiciones y aún así quieren conquistado mucho más el corazón de sus dueños que la algarabía constante, el jugueteo atento o la lealtad sin fisuras de los agitados cánidos que aún se enseñorean de los hogares de todo occidente. Son los reyes aún y lo que duren.

Porque para la sociedad que se va implantando a golpe de autosuficiencia y tecnología, regida por este individualismo de burbuja unipersonal y el imperio del ‘un inquilino por vivienda’, los gatos son la opción absolutamente más certera a la hora de elegir compañía.

Descartada la opción de soportar una pareja y formar una familia a la vista de las inevitables molestias de tener que aprender el arte de la convivencia, gatos o perros se han convertido en los nuevos destinatarios de ese amor que tanto nos cuesta darnos. Son ya del todo y con todos sus derechos parte de la familia y como tal los tenemos, afortunadamente. Pero los felinos son aún los grandes desconocidos, mistificados por la ignorancia de su lenguaje corporal cuando pretenden comunicarnos su aprobación, recelo o complacencia con señales tan evidentes como ese ronroneo profundo que tanto nos gusta y fideliza.

Son mucho más contemporáneos en tanto que autónomos y, sobre todo, no necesitan salir a dar sus paseos como los perros. La casa no tiene secretos para ellos pues no hay rincón que no hayan marcado con su olor. Nos observan constantemente y conocen cada una de nuestras rutinas y hasta nos las recuerdan cuando falta comida o pulcritud en sus áreas preferidas.

Llega un momento en que tienes que elegir si eres más de gatos que de perros o viceversa. Lo descubres cuando sales de viaje unos días o cuando vuelves a casa y echas en falta al fiel saltimbanqui de turno que te alegra el día.

Pero alguno tienes que elegir ante la certeza de que la soledad te cerca conforme avanzas en la vida como inexorable recuerdo de que te irás desprendiendo de todo y de todos menos, tal vez, de ese ser que sabe mejor que tú de tus propios días.

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