Cádiz

Aquel verano de 2005

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El 11 de julio de 2005 se casaron Carlos y Emilio en Tres Cantos, la primera boda homosexual en España.

El 11 de julio de 2005 se casaron Carlos y Emilio en Tres Cantos, la primera boda homosexual en España.

Karl Maria Kerbeny fue un poeta húngaro del siglo XIX que no pasó a la historia por su poesía sino por acuñar una palabra de uso familiar hoy para todos: homosexualidad (él la inventó en húngaro). Su contribución no fue pequeña. En 1878 fue el primero en decir que la homosexualidad no era enfermedad ni vicio, sino un estado. ¿Qué tiene que ver esto con el verano de 2005? Con que en 2005, a principios del mes de julio, el Gobierno de Rodríguez Zapatero consiguió sacar adelante la ley del matrimonio igualitario, lo que causó gran conmoción. A la semana, Emilio y Carlos se casaron en Tres Cantos. En la antigua Roma y en China hasta el siglo XIX estas uniones eran algo habitual, pero para Occidente era contranatura. España se convirtió en el tercer Estado en permitir este tipo de enlaces, lo que nos puso a la vanguardia del mundo en reconocer lo que Kerbeny en el siglo XIX veía normal y no enfermedad mental. Los DSM psiquiátricos del siglo XX incluyeron esa preferencia sexual dentro de los trastornos a detallar y la epidemia del sida en los 80 y 90 fue asumida por los fundamentalistas como un aviso divino. Entendamos el paso que significó aquello y la valentía que requería su aplicación, aunque admitamos que si fue un gran paso, la deriva en el ya multitudinario Día del Orgullo Gay es cargante y hortera, pero eso es mezclar velocidad y tocino. En cualquier caso, era una demanda inaplazable por una importante parte de la población que se vio atendida.

El otro acontecimiento de relevancia de aquel verano ocurrió sólo unos días más tarde, el 7-J. Si Occidente se había asomado al nuevo infierno del terrorismo yihadista en Estados Unidos en 2001, con la caída de las torres gemelas (11-S), en España, con la masacre de los cercanías (11-M), el siguiente objetivo fue Londres con un ataque conjunto al metro y a los autobuses urbanos. Murieron 56 personas y otras 700 resultaron heridas. La conmoción fue brutal. La sensacion de amenaza era ya un hecho asentado en un mundo, el nuestro, el que se sacudía estúpidas creencias milenarias de vicios y trastornos, pero, al mismo tiempo, entraba en una espiral de desconfianzas hacia el otro donde, en una regresión desesperante, la religión volvía a tener su papel estelar.

Que aquel verano se celebraran simultáneamente en nueve ciudades del mundo conciertos por el fin de la pobreza, lo que supuso el regreso de Pink Floyd, resultó de alguna manera infantil. En el fin de la inocencia eso de cantar para que los niños famélicos fueran alimentados no parecía solución. De repente, Occidente no se preocupaba, con su mirada caritativa, del hambre. Había hambrientos que mordían. Era tarde para el We are the world y el Katrina se abalanzaba sobre la tierra del blues.

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