Toros

Ni una sola ovación en la espesa y ventosa resaca de la Feria de San Isidro

  • Saúl Jiménez Fortes, Álvaro Lorenzo y Joaquín Galdós se marchan de vacío en Madrid

El diestro malagueño Jiménez Fortes, en un natural.

El diestro malagueño Jiménez Fortes, en un natural. / mariscal / efe

La esperanzadora terna de espadas que hizo el primer paseíllo en Las Ventas, tras la Feria de San Isidro, no consiguió provocar ni una sola ovación del escaso público que asistió a un festejo que, a la postre, se antojó como una espesa resaca del larguísimo abono finalizado hace justo una semana. Y eso que en la Monumental estaban los cabales, el público habitual de la plaza sea el festejo que sea, y que, pese a la asombrosa cifra de asistentes facilitada por la empresa (cerca de 9.000 espectadores), apenas llegaba a cubrir un cuarto del aforo de los tendidos, es decir poco más de 5.000, a ojo de buen cubero. Volvíamos así a la rutina y a la realidad del día a día de la dilatada temporada taurina madrileña, a pesar de que el cartel reunía bastantes más atractivos que la mayoría de los que compusieron una feria que vive única y exclusivamente de la costumbre del abono.

Se lidiaron seis toros de Fermín Bohórquez, desiguales de volúmen, hechuras y cuajo y sin exageración en las cabezas. En general, de escasa raza y fuerzas, aunque con algunos ejemplares manejables y dejando ver calidad en sus embestidas. Los más deslucidos, primero, cuarto y sexto. Fortes, silencio y silencio. Álvaro Lorenzo, silencio y silencio. Joaquín Galdós, palmas y silencio. Se guardó un minuto de silencio por el diestro Iván Fandiño, en el primer aniversario de su muerte en la plaza francesa de Aire-sur-l'Adour. Menos de un cuarto de entrada en apariencia en tarde ventosa.

La tarde vino a ser como una espesa resaca, aún a siete días de que se arrastrara el último de los victorinos, a la que contribuyeron varios toros desrazados y de escasas fuerzas de la desigual y regordía corrida de Bohórquez, así como la falta de temple y sutileza de los matadores con los que sí que ofrecieron posibilidades.

De ésos, de los toros con opciones, hubo tres, los dos del lote de Álvaro Lorenzo y el primero del peruano Joaquín Galdós. Aunque tampoco estuvieran sobrados de fuerzas, esos tres ejemplares dejaron ver algunas de las virtudes de su encaste Murube, como la clase y el galope, sólo que, en una tarde de molesto viento, sus matadores no consiguieron potenciarlas.

Al toledando Lorenzo, que volvía a repetir en Las Ventas tras cortar tres orejas el Domingo de Resurrección, le faltó mayor pulso y le sobraron exigencias para sacar jugo de los dos suyos, en dos largas faenas plagadas de pausas y que tuvieron el preámbulo de dos estimables recibos a la verónica.

El peruano, entre protestas constantes del tendido por la supuesta flojera del animal, tampoco supo templar ni asentarse con las embestidas de un tercero que, pese a todo, nunca se cayó ni dejó de acudir a sus cites. Ya con el sexto, las dudas de Galdós se acrecentaron.

Por su parte, Fortes se encontró con el lote más deslucido, formado por un primer toro de feas hechuras y absolutamente afligido y un cuarto grandón y fofo que no paró de defenderse hasta venirse completamente abajo.

El malagueño se aplicó con ambos con generosidad, pero sin lograr interesar a unos espectadores que se pasaron la tarde protestando, quizá acusando el malestar de la pesada resaca isidril.

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