Curro. Así cuajó la leyenda (VII)

1980: Y por delante, un tambor rociero

  • Sesenta años de alternativa y del debut de matador de toros en la Feria es argumento sobrado para este serial

  • Tras dos ferias de petardo en petardo, el Faraón resucitó con una corrida de Núñez

Curro Romero, tras cortar tres orejas a su lote de Núñez, cruza exultante la Puerta del Príncipe por última vez.

Curro Romero, tras cortar tres orejas a su lote de Núñez, cruza exultante la Puerta del Príncipe por última vez.

Cuatro veces había traspasado la Puerta del Príncipe Curro desde aquel Corpus del 60 en que cuajó un sobrero de Tassara, dos como único espada y otra en la Feria del 67, justo la última vez que Franco estuvo en la plaza de la Maestranza. Estamos en 19 de abril de 1980, sábado de preferia, y en esa corrida se anuncian toros de Carlos Núñez para Curro Romero, José María Manzanares y Juan Antonio Ruiz Espartaco.

El de Espartinas hacía su debut en la plaza de su tierra, donde no había toreado de novillero. Había tomado la alternativa el año anterior y ahora se presentaba en un cartel de indudable fuste, pues iba flanqueado en el paseo por dos de las grandes debilidades de Sevilla, Manzanares y el, por antonomasia, torero de Sevilla.

Y en este sábado de preferia precedido por un tambor rociero, como si fuese una procesión no del todo laica, Curro Romero atravesaría la Puerta del Príncipe en una sinfonía de apoteosis, gozo y sevillanía. Era la quinta vez que el infungible Faraón camero salía por la mayor puerta del toreo, pero lo que nadie podía imaginar en esa atardecida abrileña es que ésa sería la última Puerta del Príncipe para un torero reconocido como el novio de Sevilla. Había un ambiente excepcional en aquella Sevilla que vivía, además, las vísperas de un derbi, de un partido entre los dos eternos rivales de la ciudad.

Paralelamente, se estaba también en la duermevela de un debut que tenía muy ilusionado al mundillo taurino. Y es que dos días después, en el lunes del alumbrado, se presentaba en la Maestranza con una novillada de Baltasar Ibán al que se consideraba príncipe heredero del trono que ocupaba Curro Romero, Pepe Luis Vázquez, el hijo del mítico Pepe Luis.

De corinto y oro con mucho oro iba vestido Curro Romero, que entraba en la Feria ese día, ya que ese año no se había anunciado en la del Domingo de Resurrección. Había muy buenas vibraciones en la plaza y desde dos curristas tan insignes como el canónigo Federico Estudillo y María Cueto, la señora que atendía capilla y enfermería, hasta el último de sus partidarios, el currismo estaba piafante por ver hacer el primer paseo del año a su torero. Y eso que llevaba dos ferias de petardo en petardo, pero la fe del currismo militante siempre fue inquebrantable, de ahí que el no hay billetes luciese en todos los frontispicios, tanto en los de las taquillas de sombra como en las de sol. Y vestido como dijeron los revisteros de la época que se vistió José en Talavera, de corinto y oro, Romero iba a dar una lección de arte purísimo desde el paseo hasta que Sevilla se lo llevó en volandas hasta el Paseo de Colón.

Acompañaron a Curro esa tarde Manzanares y Espartaco, que hacía su debut en Sevilla

Mayestático con el capote a la verónica, siempre a la verónica, poniendo al toro en el caballo con suavidad, rematando con su media irrepetible y con la larga cordobesa otras veces, dominó Romero la tarde de pitón a rabo. Fue una tarde en la que iba a florecer el romero en las solapas con más proliferación, si cabe, de lo acostumbrado.

Le cortó Romero las dos orejas a su primero, por lo que ya tenía entreabierta la Puerta del Príncipe, que no abría desde hacía doce años, desde una corrida en solitario del año 68. Los toros de Núñez iban saliendo a cada cual mejor, brilló sobremanera Manzanares en el segundo y anduvo muy capaz Espartaco en el del debut.

Sólo faltaba un empujoncito para que el incombustible Faraón abriese la Puerta del Príncipe y ese empujón lo dio en el cuarto. Le cortó la oreja que faltaba para tener la llave que abriese aquella puerta, por lo que en los dos últimos toros había cierta prisa en los tendidos porque todo acabase y echarse al ruedo para llevar en volandas a su torero hasta el Paseo de Colón. Era la quinta Puerta del Príncipe del novio de Sevilla y el muy currista Joaquín Caro Romero tituló su crónica de esta corrida con el sugerente Romero y Julieta. La primera salida por el Paseo de Colón había sido gracias al sobrero de Tassara en el Corpus del 60 alternando con Manolo González y Jaime Ostos. La segunda sería en el día de la Ascensión del 66 cuando se encerró en solitario con una corrida de Urquijo cortando ocho orejas. La tercera el lunes después de Feria del 67, corrida extraordinaria de la Cruz Roja, con Franco por última vez en el palco de la Maestranza y Rafael Peralta, Litri y Ostos como compañeros de cartel con un encierro de Urquijo. La penúltima, en la encerrona del 68 en corrida de la Prensa para cerrar el círculo en esta tarde abrileña del 80. Esa tarde, iba en hombros de Sevilla, le di mi teléfono y me llamó en cuanto llegó a Los Lebreros, el hotel donde se hospedó aquel día."Soy muy feliz, sobre todo porque me quedan dos tardes más", me dijo.

Curiosamente, un tamborilero iba abriendo la comitiva que llevaba a un torero en los hombros de una ciudad entregada a él desde muchos años antes. Nada de costaleros mercenarios, sino partidarios llevando en volandas a un torero, el torero más querido por una ciudad. Un sentimiento al que aún le quedarían veinte años de vigencia y qué lejos estaba el personal de pensar que aquella tarde del 19 de abril de 1980 iba a ser la última Puerta del Príncipe de Curro Romero.

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