Toros

Palacios corta una oreja y el sevillano Martín sufre un síncope

plaza de toros monumental de las ventas de madrid Ganadería: Tres novillos de Aguadulce, dos -tercero y sexto- de los herederos de José María Aristrain de la Cruz y un sobrero -el quinto- de Ave María, bien presentados, nobles en su conjunto, algunos, como segundo y cuarto, con mucha calidad, pero aunque limitados por sus pocas fuerzas. El mejor, el encastado tercero, aplaudido en el arrastre. TOREROS: Tulio Salguero, de grosella y oro: estocada trasera y tendida (ovación); casi entera tendida (ovación); y pinchazo y casi entera atravesada (silencio). Mario Palacios, que sustituía a Francisco Pajares, de tabaco y oro: pinchazo, y casi entera atravesada y trasera (silencio tras aviso); y estocada (oreja). David Martín, de blanco y oro: pinchazo, estocada trasera y cuatro descabellos (ovación tras aviso en el único que mató). INCIDENCIAS: Plaza de toros de Las Ventas. Casi un tercio de entrada. En la enfermería, fue asistido David Martín de un "síncope" de pronóstico reservado, que le impidió continuar la lidia. En cuadrillas, David Martín y Fernando Sánchez saludaron tras banderillear al cuarto.

El novillero Mario Palacios cortó una oreja en la tarde en Las Ventas, en la que gustó también las maduras formas de Tulio Salguero, mientras que David Martín dio el susto al caer desmayado a mitad de su primera faena.

Una tarde con interés y de mimbres para el próximo año. La novillada de Aguadulce, sin ser un dechado de bravura, todo lo contrario, le faltó sobre todo fortaleza, sin embargo, tuvo mucha calidad en su conjunto.

De entre los de luces hay que destacar la oreja que cortó Mario Palacios al quinto, aunque también hay que advertir la buena imagen mostrada por Tulio Salguero, que ha vuelto a demostrar en Madrid ser un novillero con un prometedor futuro. David Martín, por su parte, dio el susto al caer desvanecido a mitad de su primera faena.

Salguero sorteó en primer lugar un novillo noble y sin casta. No se empleó nunca, moviéndose con poco brío, sin humillar y acortando el viaje. Pero el poco fondo del utrero fue suficiente para que Salguero estuviera más que solvente, entendiendo perfectamente lo que necesitaba el animal para extraerle todo lo que tenía dentro.

Especialmente buenas fueros dos tandas de naturales largos, templados y perfectamente hilvanados ya en las postrimerías de su labor.

El cuarto tuvo una calidad infinita, un auténtico carretón, pero sus pocas fuerzas hizo que le costara un mundo tirar para adelante. Otra vez se vio a un Salguero sobrado de oficio y técnica para descifrar nuevamente lo que había que hacer en cada momento.

El secreto fue hacerlo todo con mucho temple, echarle la muleta a la cara y tirar del utrero con suavidad y sin brusquedades en los toques, aprovechando los tiempos muertos entre pases para engarzar uno con otro. Estuvo sobrado de todo Salguero que logró que el animal durara hasta el final.

Por el percance del Martín tuvo que matar Salguero el sexto, novillo sin clase, con la cara siempre por encima del palillo, con el que el extremeño, sin alcanzar el lucimiento deseado, cumplió de sobre con el expediente.

El primero de Palacios apuntó calidad en los primeros tercios, galopando y colocando muy bien la cara, aunque pronto mostraría sus pocas fuerzas al blandear a la salida del caballo, viniéndose abajo definitivamente en la muleta, donde o perdía las manos o se defendía con mal estilo. Palacios anduvo voluntarioso en un trasteo tan largo como insustancial.

Mucho mejor anduvo el palentino con el bonancible quinto, al que instrumentó muletazos de muy buen trazo por los dos pitones a base de sitio, temple, claridad de ideas y buena actitud.

Tan a gusto estaba el novillero que en un descuido acabó por los aires. Interesante labor de Palacios, que no se guardó nada dentro, jugándose el bigote en unas ceñidas manoletinas en las que volvió a salir trompicado. Entró la espada a la primera, salvoconducto para el corte de una oreja.

La primera faena de David Martín contó con un antes y un después a raíz de un repentino desvanecimiento del novillero sevillano en el ecuador de la faena de muleta. Cayó a plomo el hombre sobre el albero, quizás fruto de la tensión o el nerviosismo del momento. aunque pareció rehacerse el hombre pasados un par de minutos para volver nuevamente a la carga.

Fue un novillo encastado y bueno; y Martín, demasiado acelerado, amontonado y despegado en los primeros compases de su labor, sin embargo, pareció serenarse tras el desmayo, logrando un final de obra más macizo y entregado. Pasó por su propio pie a la enfermería para ya no volver a salir más.

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