Toros

Paco Ureña triunfa en el cierre de la Feria de Santiago de Santander

  • Antonio Ferrera corta una oreja y Morante de la Puebla se marcha de vacío

El diestro murciano Paco Ureña, en su salida a hombros en la plaza de Santander.

El diestro murciano Paco Ureña, en su salida a hombros en la plaza de Santander. / Pedro Pérez Hoyos / Efe

El torero Paco Ureña, que le cortó las dos orejas al primer jandilla de su lote, abrió hoy la última Puerta Grande de la Feria de Santander, que concluyó con un espectáculo en el que Antonio Ferrera sumó también un trofeo, mientras que Morante de la Puebla se fue de vacío.

Cinco años y nueve meses contemplaban al primero de Jandilla. De gran alzada también y romos pitones. Muy mal presentado. Tras rematar en un burladero quedó hecho una escobilla el derecho. No tuvo ni maldad ni entrega. No generaba ni “ay” ni “olé”. Corto el recorrido, nada humillado. Pudo influir el mucho castigo en varas que embadurnó de sangre las dos pezuñas. Lo mejor de Antonio Ferrera, una estocada de colocación perfecta, en el mismísimo hoyo de las agujas tras un pinchazo. Antes, lo condujo a su altura hasta donde el animal podía, que no era mucho.

También con volumen pero de manos más cortas fue el cuarto. El más armado del encierro para compensar el lote. Gustó el manierismo de Ferrera, su figura erguida y desmayada, que comenzó sufriendo por el lado peor, el derecho. Al natural se lo enroscó más allá de la cadera, sorteando el cabezazo final y fundiéndose con la anatomía del bruto. Nunca descolgó en el tramo final del muletazo. Cuando volvió a la mano diestra lo hizo sin la ayuda y sin ligar, con agradable estética. Lo mató tirándose encima.

La bronca nació cuando el segundo, de Vegahermosa, empezó a topar en el capote de Morante. Cuesta arriba su lomo, se iba directo a la esclavina. Arreciaron las protestas cuando delegó la brega en José Antonio Carretero y con el desarme en los ayudados primeros. Sobreponiéndose a las miradas reiteradas del animal, el de La Puebla esbozó trincheras y una serie al natural para ver si podía abrirle los caminos. Los “olés” de rechifla y pitorreo sentenciaron aquello. Se fue a por la espada y lo despenó. Más bonito de hechura el quinto, Morante hizo un pequeño esfuerzo. Se venía con brusquedad, con la cara suelta a veces. El de La Puebla lo esperó con el engaño retrasado. Hubo instantes de arrebato. De atrapar con la mano baja la acometida mansota. Con el público poniendo el cincuenta por ciento de lo que le faltaba a aquello, que no fue trascendental.

El tercero tuvo también altura de agujas, compensada con un amplio cuello, que le permitió estirarse con el capote a Paco Ureña, que sumó verónicas sin enmendarse y aún ganando terreno hasta los medios. Entregado sólo viajó en la primera serie diestra. Ahí metió hacia adentro los riñones Ureña mientras lo templaba más allá de los vuelos. Muletazos que fueron pinturas. Luego bajó el de Jandilla, que acortó el viaje. Redujo también Paco distancias.

Remontó aquello al final con otra diestra, embebido el toro en la muleta, siempre puesta, sin terminar de soltarlo. El público, festivo, coreó las manoletinas y gritó de pavor cuando el toro lo prendió por la pechera al dejar el estoque en la misma yema. Dos orejas a manos del murciano.

La dificultad del mansote sexto era su querencia hacia los adentros. Que le hacía perder el celo en la muleta e irse en cuanto veía la ventana abierta, que fueron las más de las veces. Fue casi imposible darle continuidad y conjunción a la faena, pespunteada con alguno de esos naturales marca de la casa, tan largos y tan hasta atrás, hundido el toreo en la mezcla de arena y serrín.

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