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"Señor Jones, ¿es esta su primera entrevista?", inquiere Jesús Quintero, mirando a lo ojos con ironía, coca cola light en el vaso y una tropa de globos oculares, los de atrezzo, vigilando la escena. El señor Jones sonríe sorprendido, no se esperaba tal arranque. Apenas un apretón de manos ha habido con anterioridad y no sabe qué esconde una pregunta tan sencilla como laberíntica. En Ratones Coloraos todo tiene apariencia simple, pero cada detalle y cada momento esconde horas de trabajo, de preparación o de edición, de posproducción para el equipo de El Silencio. Aunque pueda parece que en el sevillano Teatro Quintero siempre se está haciendo lo mismo, la elaboración, comparable a un producto artesanal, es diferente a cualquier otro programa. Tom Jones ha estado afable, pero sin confianzas, en su rol de estrella que tiene un guión aprendido, aunque de vez en cuando ha abierto la coraza. Este galés de inicial confesión presbiteriana, ha llegado a hablar de Dios, de su infancia de niño tímido tuberculoso, de su amistad con Elvis o Sinatra, de su mujer con la que lleva casado desde que tenía 17 años, y hasta ha regalado unos segundos de Dalilah a capella, entonada con ese vozarrón que le nace por los entresijos del píloro. Han sido 45 minutos de conversación y silencios. Quintero cuando se sienta ante el micrófono imagina que en realidad lleva una muleta. Con este glorioso morlaco, sin mala intención con el símil, le ha salido una faena correcta. Con los más mediáticos, con las criaturas de Gran Hermano y similares, tiene que trajinar demasiado para destilar algo aceptable. "A mí me van los personajes de la calle, los míos, esos que realmente tienen cosas que contar", resalta Quintero, evocando al mejor de sus declarantes, El Beni. Las preguntas fluyen de un guión, una pauta que está en el papel y también en la mente . "Y si hace falta repetir la pregunta en otro momento, para buscar una mejor respuesta, pues lo hago. Busco siempre que el invitado tenga cosas que decir", subraya.
En Ratones coloraos más bien no hay trampa, sólo mucho tiempo de transcripción y elección de momentos; y nada de cartón. Los que van son personajes auténticos, una selección de unos seis o siete invitados, elegidos en cóctel de marmita para que Canal Sur tenga una noche de martes alternativa, y efectiva. Desde dos semanas antes se va tramando el ramillete, mirando de reojo a la actualidad en cualquier momento, y los programas se suelen grabar con una semana y media de antelación.
Lo que parece un programa de entrevistas sin más requiere la labor de un equipo de 60 personas, 15 en la redacción y el resto en el apartado técnico, en el Teatro Quintero, con un nombre venerable, Hugo Stuven, en la realización. "Yo siempre me rodeo de lo mejor", enfatiza el patriarca de esta madriguera, que esta noche cuenta con también con Ana Obregón, carne de zapping y titulares de revista.
Ratones coloraos se graba los jueves, en jornadas maratonianas que comienzan bien temprano y se extienden hasta que el último invitado apura sus palabras bien entrada la noche. De esos duelos a micrófono abierto surgirán dos horas de entrevistas y actuaciones. Parece que es fácil. Como la artesanía más difícil.
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