A poner orden

Tratado de vagos, cabreados y chapuzas: Alberto Chicote y sus pesadillas

Alberto Chicote, en uno de los capítulos de 'Pesadilla en la cocina'

Alberto Chicote, en uno de los capítulos de 'Pesadilla en la cocina' / Atresmedia

Vuelve Chicote. Ha vuelto al cabo de dos años y medio. En su papel de siempre. Le estábamos esperando. Bueno, él como siempre y sus atendidos en Pesadilla en la cocina como mejor rendimiento dan: dispersos, desesperantes, cabreados como micos sin autocrítica.

Cuando entramos en barrena y no percibimos qué estamos haciendo mal, todos somos como los propietarios de Pesadilla en la cocina. Pero los elegidos para Chicote son de la primera división de la dejadez, la pereza y de las malas formas, personales y profesionales. La pizzería de esta semana era un gran ejemplo de lo que ha sido este programa en sus diez años y lo agradecidos que están sus seguidores por un nuevo caso típico de desastre.

Los propietarios de Il Fogón della Toscana en 'Pesadilla en la cocina Los propietarios de Il Fogón della Toscana en 'Pesadilla en la cocina

Los propietarios de Il Fogón della Toscana en 'Pesadilla en la cocina

Se ve venir todo, los insectos, la herrumbre, los gritos (que son la herrumbre de la actitud) y las ganas de aparecer en este formato para que le redecoren el establecimiento al dueño. Lo habitual es que pese a los paneles de vinilo y los menús de MasterChef se prosiga en el naufragio y Chicote se marcha cuando la piragua sigue en su destino hacia las cataratas del cartel de "cerrado".

Pesadilla es un tratado de las malas prácticas y de que si el éxito no tiene una fórmula concreta, el fracaso tiene una ecuación exacta en la que la falta de preparación y las nulas ganas de remediarlo dan igual a desastre inevitable.

Todo eso hay que contarlo cada semana, en un sitio distinto, durante más de una hora, lo que llega a ser rutina y zapeo para los que se cansan de las cuadrillas de gallinas decapitadas. El encanto de persistir en el cutrerío.

Ya conocemos en el chef su cara de cuando da el caso por perdido y sabemos de antemano que pese al esfuerzo habrá una derrota posterior en off que el propio formato maquilla en final feliz de abracitos y esperanza. 

Todo eso tan previsible y encandenado es lo que hace a Pesadilla en adictivo para los muy chicoteros.

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