Crónica del penúltimo lunes

José Mari, el malo de 'Masterchef', recibe su merecido

  • Una mala noche del empresario mallorquín se lo lleva por delante por errores propios tras pecar de exceso de confianza en otras jornadas. Los demás se erigen en finalistas, aunque Luna nunca lo mereció

José Mari se despide

José Mari se despide / RTVE

En esta historia coral de Masterchef 8 ya todo ha quedado un poco más claro. El villano por excelencia, que estaba en contra de todos los demás, el mallorquín José Mari, ha dicho adiós por todo lo alto: por deconstruir un postre de chocolate de capas diversas que se le engollipó. Ni siquiera se le montó la nata. El malo de esta edición, siempre sobrado, especialista en echar las culpas a los demás (como un buen político manta) y echar cizaña, se le acabó el crédito y haber entregado el pin antes de tiempo. El pin fue un privilegio que nunca debió tener.

Y están los demás, todos finalistas aunque algunos con más razones y evidencias de alcanzar la gloria que otros. Por ejemplo, la gesticulante Luna, está ahí casi por regalo. No le recordamos aún una elaboración en condiciones y en las pruebas por equipos se esconde detrás del burladero. Este lunes lo hizo con una patatas suflés, que ni siquiera se le levantaban.

Sospechamos que el jurado le ha valorado más ser la pareja de Alberto, siempre inmaculado, aunque  para la final sufrió para salir adelante. La parejita parece llegar a la final como un simple viaje de novios.

Quienes se van a jugar el galardón son los otros tres, cada uno con su carácter. Ana, la primera en clasificarse  con los caldos de Jordi Cruz (prueba saboreada por críticos de gastronomía), ha venido a demostrar en esta recta final una gran inteligencia emocional para brillar por sí misma y remontar sin caer en las provocaciones.

Ana eligió como equipo en el menú para los chefs solidarios a las malas hierbas, Andy y José Mari. Jordi apercibió a éste por intentar minarle la moral a la ya clasificada y justificar a su vez su boicot contra el peluche de Michael, eliminado dos lunes atrás.

Iván personifica la sincera honestidad: es decir, la seriedad unida a la buena voluntad sin perder el carácter combativo. Es el gallego por antonomasia, buen heredero de su paisana Teresa, a la que todavía lloramos por no haber alcanzado la victoria. Ains, Teresa.

Y también está en la final Andy, el abogadoo, tan ambicioso como a veces pueril, el más sobrado de todos por esa actitud donde el ego se confunde con la osadía insana. Es el favorito para los soberbios. Jordi le torturó en la prueba exterior metiéndole nitrógeno a la crema que debía batir. Después, el chico de los músculos fláccidos se redimió en el plató.

Andy cae bien casi sin querer aunque cualquier victoria de los demás (es decir de Iván, Alberto o Ana) será el triunfo del buen rollo, de la gente de la calle. MasterChef va cerrando una edición donde fue más culebrón que talent.

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