Redifusión de esta estirada biografía. El período Obama y su reflejo en Hollywood se resume en esta historia que aspiraba a mucho más. Su empeño moralizante sobre el drama histórico en torno a la comunidad negra en Estados Unidos termina por empalagar. No todos los compañeros de Forest están a su altura. El que llega a ser el responsable del servicio de la Casa Blanca, desde una infancia ingrata, se convierte en testigo de la historia de los Estados Unidos.

Debut en el largometraje de ficción de Quirós, quien ya se había acercado al problema minero a través del género documental, cargado de buenas intenciones y poco más (estética convencionalmente realista, marca de nuestro cine de tono comprometido). Un minero asturiano se echa con la familia a la carretera con la intención de protestar ante el Rey por el cierre de la mina en la que trabajaba. Resines, reprogramado para el cine dramático tras La buena estrella, y una siempre eficaz Adriana Ozores capitanean este reparto donde confluyen históricos valores de nuestro cine como Manuel Alexandre junto a recientes rostros populares como Santiago Segura.

El arranque pone en tensión. Durante el asalto a una guarida de narcos mexicanos en Arizona se descubren una treintena de cadáveres tapiados tras los muros. Uno de los poderosos cárteles que operan desde la caótica y letal Ciudad Juárez se halla en esta escalada de terror. Una prometedora agente del FBI (una certera Emily Blunt) es reclutada para formar parte de una unidad de élite mandada por dos nada tranquilizadores personajes, a cargo de Del Toro y Brolin.

El cine de Woo es excesivo, barroco, necesitado de una buena poda (sobre todo en metraje), aunque casi siempre permita que nos sorprendamos por una coreografía imposible, que nos quedemos boquiabiertos ante una secuencia de acción, de apenas unos segundos, entre minutos de relato tedioso. Aquí utiliza a dos actores limitados (Cage y Travolta) para contar la historia de un policía y un ladrón que por rocambolescas razones acaban intercambiando rostros.