Catástrofe en Birmania

Los militares reparten a su antojo y con improvisación la escasa ayuda

  • Han aumentado su presencia desde que llegaron, cinco días después del ciclón, pero la mayoría de los soldados zanganea en los improvisados puestos de control

El Ejército birmano distribuye a su antojo y con improvisación la poca ayuda destinada a aliviar la catástrofe humanitaria causada por el ciclón Nargis en el delta del Irrawaddy, donde las autoridades no quieren cooperantes extranjeros.

A lo largo del estrecho camino que cruza las aldeas azotadas hace más de una semana por el ciclón, grupos de mujeres y niños levantan al paso de cada vehículo largas cañas de bambú con pancartas hechas con pedazos de tela y en las que han escrito en birmano mensajes como "Necesitamos urgentemente comida y ropa".

En otros puntos esparcidos de este trayecto, entre chozas dañadas o destruidas, cientos de personas hacen cola para recibir la bolsa con un kilo de arroz o el medio litro de aceite para cocinar que reparten los soldados y funcionarios.

"Aquí hay mucha hambre y nadie nos ayuda", dice a Efe indignada una mujer que ha buscado cobijo junto a otras multitudes de personas en los edificios casi derruidos que circundan la pagoda de Kha Mhu.

Unos pocos kilómetros al sur del templo, los militares guardan en una nave de su cuartel sacos de arroz, que pueden verse a través de los boquetes en las paredes, y en el exterior cargan unos cuantos en un pequeño camión que, según dicen algunos vecinos, "van destinados a los suyos".

"Es comida para los funcionarios y el Ejército, a nosotros que somos kayin no nos dan", protesta Zaw, agricultor de 52 años y quien como más de la mitad de los habitantes de esta zona del delta, pertenece a esta etnia, que disolvió su guerrilla hace una década tras pactar una tregua con el régimen.

Al lado del camino y frente a una choza, han colocado una pizarra negra en la que con tiza blanca han escrito en inglés y con letras grandes, "Ayudadnos por favor".

La autora del mensaje es Lin Soe, profesora de la escuela local, que en su modesta casa y las otras dos vecinas ha acogido a cerca de una veintena de familias de las proximidades que se quedaron sin hogar.

Muy cerca, en una pequeña capilla baptista, han acampado en su interior y sobre el suelo cerca de dos centenares de personas, la mayoría mujeres y niños, y que según el pastor Sandar Lwin, están famélicas y comienzan a sufrir fiebre.

Por Kha Mhu pasa de largo un convoy formado por un coche todoterreno y dos camiones de pequeño tonelaje con el distintivo del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, y otro compuesto por diez vehículos de una unidad médica del Ejército birmano.

En toda la zona, se aprecia que los militares han aumentado su presencia desde que llegaron aquí, cinco días después del ciclón, pero la mayoría de los soldados zanganea en los improvisados puestos de control y en los acuartelamientos que han montado a lo largo del camino, el único que existe para transportar la ayuda por tierra.

Más en serio se toma su labor la Policía, que ha establecido un estricto control a las puertas de la localidad de Kunyangon, a unos ochenta kilómetros al suroeste de Rangún y donde las fuerzas de seguridad han instalado una especie de cuartel general.

Allí, la Policía impide el acceso a la zona a dos extranjeros de una organización internacional enviados para realizar un informe de los medicamentos que se precisan a fin de atender a los heridos, enfermos, evitar epidemias y frenar la disentería, que se ha abre paso por toda la región.

"No, no, ya he venido gente de la ONU", dice en inglés el jefe del puesto, en un alarde de su autoridad y sin prestar la menor atención a las explicaciones de los dos cooperantes, que tienen en regla sus respectivos permisos de trabajo.

El comandante, sentado tras una mesa colocada bajo un chamizo y a quien flanquean tres agentes con el fusil en mano, decide ignorar por un momento a los dos extranjeros y le pide el pasaporte al enviado especial de Efe, cuyo nombre y número anota en su libreta.

"Bien, se puede ir", dice el oficial antes de insistir a los dos desconcertados cooperantes que "ya les he dicho que la ONU ha estado por aquí".

Al menos 28.500 personas murieron y cerca de 33.500 han sido dadas por desaparecidas, según los datos oficiales birmanos, en el delta del río Irrawaddy, de difícil acceso aún en condiciones normales y una zona salpicada por miles de pequeñas aldeas.

Kunyangon, con varios edificios oficiales de ladrillo en pie, es un hervidero de gente en busca de ayuda y de agricultores desafortunados, que intentan vender alguno de sus animales para conseguir un dinero que les permita subsistir.

Los mercaderes codiciosos han aparecido en la localidad para sacar provecho económico de la desgracia de las personas apremiadas por la necesidad, según denuncian los habitantes.

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