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Y si no está Rakitic, ¿qué?

  • El Sevilla se enfrenta a la ausencia de su faro futbolístico en una cita en la que se da por hecho que la solvencia como local bastará para despachar al Valladolid. El desastre del Calderón pesa en el ambiente como el 5-1 del derbi.

El sevillismo parece haber aprendido a convivir con los altibajos de su equipo. Ha aprendido a entender su comportamiento, sus caprichos, sus desconexiones, sus días más orgásmicos y también sus momentos de entrada a los bajos fondos. La experiencia dice que en casa toca dar la cara y que fuera es el día de brazos caídos. Lo sabe y lo entiende porque, además, presidente y entrenador, día sí y día no, se lo recuerdan en el penoso ejercicio de buscar explicaciones y soluciones a este cíclico sube y baja. Una sensación de saltar en una cama elástica que ya asume como propia y sino inamovible de un grupo de futbolistas que, al final, poca culpa tiene de que hace unos años sus antecesores, no ellos sino los que estaban antes, ganaran tantos títulos y jugaran muy bien al fútbol.

Porque la afición otra de las cosas que ha entendido, aunque le costó en los primeros años, es asimilar que la depreciación de la plantilla -un hecho que ya es difícil discutir- es la base de todo y la causa en la que refugiarse. Realidad asumida, se quiera o no aunque haya quien se resista, que sirve para evitar los disgustos que siempre acarrea ilusionarse con algo y tragarse el sapo después.

El Sevilla de Míchel, obviado el paréntesis de la Copa, ha vuelto a decepcionar a su parroquia con un partido infame en el Calderón puede que justo cuando sus incondicionales esperaban un salto adelante tras la noche mágica del derbi. Por eso, ni siquiera que juegue otra vez en casa, algo que -porque no para de repetirse- debe ser sinónimo de triunfo, cambia el estado de ánimo de los asistentes al Sánchez-Pizjuán.

Porque esto tendrá que cambiar alguna vez... Puede ser una tendencia, pero dar una buena imagen en casa y tirarla por los suelos lejos de Nervión no es una regla que se vaya a cumplir siempre. Alguna vez se romperá y los de Míchel, como de hecho hicieron en la Copa en Cornellá aunque la eliminatoria estuviera rota por el 3-1 de la ida y el estado crítico del rival, ganarán con autoridad un partido a domicilio igual que algún día, el más inesperado porque por estadística así suele suceder, pegará el petardazo ante su gente.

Hay que pensar que no será hoy, pero hay que estar preparado para ello. Podrá argumentarse que el rival no es para que haya que temer, pero precisamente relajarse en días así es lo peligroso y los de Djukic llegan con los mismos puntos que tiene el Sevilla, 18. Y aunque para los blancos no deba ser excusa, es verdad que tienen siete bajas. Siete hombres ausentes que, sin ser insustituibles todos, perfectamente podrían coincidir en un equipo titular del Sevilla. Se hace recuento y es evidente que Negredo tiene un enorme peso en este equipo, muchísimo más en comparación con el resto; pero también Fazio; Trochowski, que no hay que olvidarse que el alemán está KO; Spahic, que es el líder destacado de la Liga en balones recuperados; y, sobre todo, Rakitic. El suizo-croata ahora mismo es una pieza clave en el esquema de Míchel, un jugador de vital importancia por el fútbol que genera y la capacidad de posesión de pelota que se antoja difícil de encontrar en sus compañeros. Un jugador con pegamento y el Sevilla necesita precisamente eso, pegamento, del centro del campo hacia delante. En un partido con la obligación de llevar el peso y que pondrá a prueba la capacidad para el ataque estático, la ausencia del jugador que además ha demostrado haber recuperado el gol de su primera campaña, con dos tantos en el corto espacio de tres días, en el derbi y en la Copa, amenaza con ser un problema para el once de Míchel, que tendrá que probar a alguien en esa función, espinosa tarea si no se es el jugador indicado.

Campaña, en circunstancias normales, debiera ser el relevo en ese papel por condiciones futbolísticas, pero el canterano ha dejado caer con sus últimas actuaciones que su problema no es que salga de copas como se llegó a hacer ver, sino que le falta sangre en las venas para entender que el toro hay que agarrarlo por los cuernos y que para subirse a un tren en marcha hay que despeinarse y mancharse la ropa. Tras su mal partido en San Mamés, Míchel lo castigó dejándolo cuatro partidos sin convocar, pero es el hombre ideal para el puesto y si el madrileño sigue confiando en él, su partido es éste. También está Kondogbia, pero el francés es una adivinanza que además aún no se ha definido de tantas funciones como se le han pedido en los escasos minutos que ha tenido.

Otra opción, quizá la más cómoda, es también la que menos fútbol encierra, es decir, aprovechar el buen estado de Perotti y confeccionar una línea de tres cuartos con Jesús Navas, Medel, Reyes y el argentino. El resultado sería mucha conducción y ninguna pausa y, por lo tanto, nula posesión de pelota. Pero será el entrenador el que deba acertar, porque, además, él es el primero que se ha puesto como responsable cuando ha tenido que tirar de las orejas a los futbolistas.

Éstos también dirán que han hablado entre ellos y que ya más no pueden hacer aparte de intentar salir en cada partido a darlo todo. Y ése es el único consuelo con que la afición puede quedarse y el detalle en que confiar: que no volverá a pasar, que hay buen ambiente y que Babá, el siempre discutido Babá, está arropado por sus compañeros. Sólo falta ganar. En casa y fuera.

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