Semana Santa

Los sueños cofrades se cumplen en el Zumbacón

  • La Merced, tan querida por los vecinos de Levante, fue la primera en salir

Acudir justo al rato de almorzar a la iglesia de San Antonio de Padua para ver salir a la Merced es una especie de ritual para cientos de vecinos de los barrios de Levante. Por su distancia con el centro, los cordobeses de estas zonas apenas tienen la posibilidad de vivir la Semana Santa en las proximidades de sus domicilios, y por eso existe un sentimiento especial cuando salen a la calle el misterio de la Coronación y el paso de palio de la Virgen de la Merced, tan queridos. Ver a ambas imágenes en la calle, y recibirlas ya de madrugada, es una inmensa alegría, que ayer se vivió con suma intensidad. Planeaban peligrosas nubes sobre Córdoba, y las previsiones eran francamente pésimas el día anterior, pero a las cuatro y media en punto de la tarde se abrió el portón para dar paso a la cruz de guía. Comenzaba el Lunes Santo.

El cabildo de aguas, tras sopesar los peligros, que a esas horas no eran pocos, había decidido echarse adelante, y resultó muy hermoso ver a los costaleros de la Virgen abrazarse ufanos al conocer la decisión. Sólo ellos saben lo que significa y los muchos sacrificios personales y familiares que les supone. En realidad, aquél sólo era el primer momento emotivo de una larga jornada cofrade que para los albos nazarenos de La Merced y para sus cuadrillas de costaleros supuso en torno a nueve horas de estación de penitencia. Nueve horas de experiencias imborrables.

Lo que encontró al salir a la calle la subyugante mirada del Cristo de la Coronación, expresiva imagen realizada por el imaginero sevillano Francisco Buiza a finales de la década de los 70 del pasado siglo, fue un tropel de gentes felices y una tarde que poco a poco se iba abriendo. De hecho, apenas unos minutos más tarde, cuando el palio de la Virgen comenzó a advertirse al fondo, a punto ya de echarse a la calle y envuelto en una niebla de incienso, el día comenzaba a clarear y anunciaba lo que en realidad fue: una magnífica jornada cofrade con todas las hermandades en la calle, y sin apenas contratiempos.

La cofradía del Zumbacón, barrio tan asociado a esta procesión, recorrió con precisión su itinerario hasta la carrera oficial, donde gustó mucho, y luego comenzó su lento regreso hasta su templo. Hubo momentos para todo, menos para el desfallecimiento. "Vosotros mismos sois una hermandad chiquita", se escuchó decirle al capataz del paso de la Virgen a sus costaleros. A su llegada, La Merced encontró lo que merecía: un nutrido público que deseaba acompañarla. Hacía frío, aunque en realidad no. En los corazones hacía calor.

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