Vía Crucis

El silencio oscuro de la Trinidad

  • El adelanto en media hora en la carrera oficial obliga a salir de día al Vía Crucis

Sólo es Lunes Santo y la batalla entre varios adolescentes sobre quién ha visto más o menos procesiones ha comenzado. Son sólo jóvenes. Pero es que los espectadores de mediana edad tampoco van a la zaga. "Para hacer el triángulo completo, ahora nos vamos a ver Ánimas", afirma un caballero de unos 40 años ante sus amigos, que secundan la propuesta.

Frente a estas conversaciones, que no hacen bien al buen cofrade y penitente de Córdoba, la plaza de la Trinidad luce distinta a la salida del Vía Crucis. Falta la oscuridad de la noche. Este año, la hermandad del Vía Crucis sale antes de su horario habitual. La razón, todas las cofradías han adelantado su entrada en carrera oficial media hora, algo que les perjudica en su salida.

Y vaya si se nota eso de ganarle un poco de terreno a la noche sin gusto. El cielo abierto, con algún que otro rayo de sol en sus últimos coletazos y sin rastro de la noche a la salida del Vía Crucis. Aunque, por otro lado, "hay más gente que el año pasado", calcula una voz lejana.

El golpe seco de un tambor ronco desde el interior del templo de San Juan y Todos los Santos preludia la salida del Vía Crucis, hermandad fundada en 1972. La única que sale sin paso, ya que el crucificado es portado a hombros por cuatro nazarenos.

El silencio se adueña de la Trinidad. Los nazarenos de luto riguroso comienzan su salida. Zapatillas de esparto y un rosario por cíngulo. Dos nazarenos, dos cirios. Dos cruces. Es dolor. Es misericordia. No hay ruido, ni tampoco se escucha el mínimo susurro en la plaza. "¿Esto da miedo, a que sí?", le pregunta con sorna un chaval a su hermana. El ambiente llega a sobrecoger al ritmo de esos tambores secos y, más aún, cuando las campanas empiezan a tañir a muerte. Alguien respira profundamente de espaldas y un niño pequeño, rubio, a hombres de su padre empieza a reír. Inocencia pura.

El incienso anuncia al Santísimo Cristo de la Salud. Las velas que portan los nazarenos, también. El niño que ríe a hombros de su padre también lo anuncia. Y comienza la lluvia de flashes. El párroco de la Trinidad, José Juan Jiménez, sale al atrio e inicia la primera estación del Vía Crucis del Lunes Santo.

Los nazarenos se pierden ya por la calle Blanco Belmonte. Con sus rezos, con sus oraciones y con su Cristo sobre los hombros para recorrer el entramado de las callejuelas de la Judería, que rezuman incienso y cuyo suelo ya está repleto de gotas de cera. Sin embargo, el gentío se quiebra, se rompe con los últimos nazarenos, que salen sin el capirote de cartón, pues son los que se relevan para llevar al Cristo. El hombre que antes respiraba profundamente lo lamenta ahora . "Esto es una falta de respeto", asegura. Totalmente cierto. Mientras el cortejo enlutado, el del Santo Cristo de la Salud, continúa en una noche que no es fría del Lunes Santo. Aún restan trece estaciones de penitencia a esta hermandad de recogimiento, doce caídas más, para que la hermandad concluya el vía crucis.

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