Santo Sepulcro

El regio funeral de los cordobeses

  • Los ciudadanos dedican su silencio a una procesión en la que domina el rigor

La puntualidad, el rigor estético y todos esos formalismos que suelen ir ligados a una procesión son meridianos cuando se trata del cortejo del Santo Sepulcro. El sonido de la matraca rompe el murmullo de la muchedumbre que acude a la plaza de la Compañía a las siete de la tarde exactas. Es a este nazareno de cara descubierta al que le corresponde abrir este cortejo fúnebre, una procesión que gana en suntuosidad cada año y que cada vez invita a un mayor recogimiento por parte de aquellos fieles que acompañan al catafalco dorado por las calles de la ciudad. Tras este penitente se sucede esa hilera de capirotes oscuros que metafóricamente se asemejan al bosque de cipreses que acompaña a todo cementerio.

Es el regio funeral de los cordobeses y los elementos funestos de los que se valen los hermanos del Santo Sepulcro convierten el cortejo en un velatorio al Señor. Al sonido estremecedor de la matraca se le suman otros elementos singulares como las notas musicales del trío de capilla y la participación del coro Cantábile tras la el paso de palio de la Virgen del Desconsuelo, que interpreta piezas como Tristis est anima mea.

Al igual que ocurriera en La Compañía, el sonido de la matraca va callando las calles por las que va pasando en dirección al primer templo de la Diócesis. Nadie se atreve casi ni a mover el gesto cuando los nazarenos enlutados del Santo Sepulcro se aproximan y menos aún cuando se detiene el féretro, una obra de arte que luce en su totalidad esta cofradía desde hace dos años y que varió por completo el estilo austero que dominaba el anterior paso y la urna que lo coronaba.

La Catedral, ya con la noche cerrada, y el regreso a la iglesia de la Compañía son, tal vez, los momentos de mayor brillo del itinerario que cubre esta corporación. El contraste es acusado con esos primeros compases de la procesión, ya que el frío se ha echado y la luna llena domina el mismo cielo que en atardecer protagonizaba todavía el sol.

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