La Merced

El esplendor del Zumbacón

  • El fuerte calor de la tarde no merma el entusiasmo de los que esperan la salida

Los árboles que pueblan Agrupación Córdoba no dan sombra para cobijar ninguna bulla, ni tampoco para guarecerse del sol, que ayer apretó más de lo acostumbrado por estas fechas. Sol, sol y más sol. Calor, calor y calor a la espera de la Merced. La bulla, estoica y preparada, como las hermanas de la Virgen de Nazaret, con su máxima responsable al frente, Paqui Díaz, está a la espera de que pasen los titulares del Zumbacón.

El aldabonazo sobre el portón no se hizo esperar. El calor resulta insoportable. La espera, algo menos. La bulla del Zumbacón no se mueve, cada uno sabe en qué lugar está y que no se puede mover. Respeto. Silencio. La cruz de guía abre el paso, abre el camino de Nuestro Padre Jesús Humilde en la Coronación de Espinas, que entrega su mirada al cielo nada más salir a la calle. Una mujer ofrece avellanas, pipas, pero lo que realmente hace falta es que alguien traiga agua para saciar la sed y el calor. Los nazarenos miran al cielo, el calor no va a poder con ellos. El paso de misterio ya está sobre el asfalto y los costaleros tienen que girarlo para enfilar la avenida. El Zumbacón enmudece ante una maniobra imposible. "Con las horas de ensayo que tienen las criaturas", clama una vecina. Silencio. Ni un aplauso. La bulla espera y al siguiente parpadeo el paso está de frente. El barrio, ahora sí, bulle, aplaude y el capataz da un consejo a los orgullosos costaleros de La Merced: "Que esto no sea una taberna, que se oiga bajito". "Si queréis agua, pedidla, que hay que beberla", apunta un auxiliar.

Al paso, las campanas de la parroquia de San Antonio de Padua comienzan a repicar y se enzarzan en un dulce duelo con la marcha Te coronoraron de espinas, interpretada por la banda de cornetas y tambores de la Coronación de espinas. Un lujo que arrancó a más de uno lágrimas cofrades de este barrio, entre los que aparece el vicerrector de Estudiantes y Cultura de la Universidad de Córdoba, Manuel Torres, que fue costalero hasta que cumplió los 30 años. Ahora, el testigo en la cofradía lo tienen sus hijos. El mayor, de costalero en el paso de misterio y la pequeña, de nazarena. Es la savia nueva de la Merced.

Los nazarenos continúan saliendo desde el portón. Algunos llevan rosarios entre los dedos. Uno verde, otro azul, el último blanco. La espera no se hace muy larga para los que aguardan en el porche del bar Pepe El Gordo, uno de esos locales clásicos del Zumbacón, que ha servido para el descanso y la espera de muchos penitentes, tanto a la salida de la hermandad, como a su regreso, pasada ya la madrugada de cada Lunes Santo.

Y si hasta la salida de Nuestro Padre Jesús Humilde en la Coronación de Espinas la bulla aguanta, comienza ahora a desgajarse para ver la titular. Para ver a la Virgen de la Merced. Los más pequeños por delante y los padres siguiéndoles el juego. La excusa perfecta para arañar algún que otro centímetro en la calle.

Radiante en su salida, radiante en su paso, radiante e inmaculada con su manto aún blanco. La Merced está en la calle a primera hora de la tarde. Aplausos. Piropos. La más guapa, la más grande para los del Zumbacón. Los costaleros no dudan en parar ante la primera saeta de la jornada a la Virgen, a los pies de la parroquia, justo donde se encuentran algunos miembros de la Hermandad de Gloria de la Virgen de Nazaret, que saldrá en procesión la segunda semana del próximo mes de mayo.

Los dos titulares de este barrio, de esos de "buena gente", como todos, enfilan la avenida, recta, sin recovecos, sin problemas, un lujo para caminarla, para mecerlos y disfrutarla hasta llegar a las calles que la llevan hasta carrera oficial, que a media tarde ya lucían llenas de gente y que volvieron a estarlo en su regreso a casa.

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