Semana Santa

Virgen de vírgenes santas

  • El final.Córdoba vive la última jornada de la semana más santa de todas. El ambiente es triste. Los cines aparecen cerrados, los bares blanqueados y la radio sólo programa música sacra

El drama llega a su fin. Cristo pende muerto del madero. Su cuerpo inerte, roto y destrozado, ha dejado de vivir. Sola, desmadejada, derrotada, al pie de la cruz está su Madre. Sólo espera tener en sus manos el cadáver de su hijo para estrecharlo como hizo treinta y tres años antes en el pesebre de Belén.

Córdoba vive la última jornada de la semana más santa de todas las semanas. El ambiente es triste. Los cines aparecen cerrados, los bares han blanqueado sus cristaleras y la radio solo programa música sacra. Los altares de las iglesias están desnudos y vacíos. Sólo seis velas sobre plateados candeleros y una cruz velada. Los oficiantes se postran ante él. La liturgia es rica y se lee el evangelio de la Pasión según San Juan. Se adora el leño sacro de la Cruz.

En las calles se vive el recogimiento propio de la jornada. En las casas se guarda la vigilia. Las espinacas y el bacalao son los ingredientes básicos en las cocinas. El día va cayendo poco a poco. Las gentes salen de sus casas. Las mujeres visten de negro y los hombres lucen corbatas enlutadas. Todos se encaminan hacia un lugar recoleto, un lugar recogido, un sitio lleno de recato y espiritualidad. Un amplio rectángulo albo de cal donde Cristo cuelga de una pétrea cruz. Es la plaza de Capuchinos que poco a poco se va llenando de gentes que buscan a una madre desconsolada. Las piedras de la plaza gimen desconsoladas al ver tanto dolor. Las gentes se van agolpando ante el convento de San Jacinto, donde su argénteo paso ya está entronizada la imagen de la Virgen. Dolor y Soledad en su gesto. Las lágrimas surcan sus nacaradas mejillas y sus ojos enrojecidos por el llanto desconsolado muestran el dolor de una madre.

Un cortejo de negros penitentes inicia su anual desfile por las calles de Córdoba un Viernes Santo más. La Virgen de los Dolores sale lentamente de la plaza. Siempre vela por quienes se acercan a rezar ante Ella, pero hoy es cuando sin importarle tan gran dolor, camina por las calles de la ciudad regándola con sus lágrimas y bendiciendo a sus hijos. Toda Córdoba sale a su encuentro. Son muchos quien visten el negro habito de estética servita. Caminan de forma pausada, como queriendo no dejar sola a la Virgen, en un cortejo de sabor añejo y lleno de clasicismo. Pena negra se respira por Córdoba la tarde-noche del Viernes Santo.

La doble hilera de nazarenos continua con el andar ceremonioso y en riguroso silencio por la muerte de Cristo. De cuando en cuando es roto por el ruido de los cascos de los caballos que montan batidores de la Guardia Civil, quienes para la ocasión lucen uniforme de gala, con amarillas trinchas de charol y tricornios de terciopelo negro galoneados de oro.

La Virgen de los Dolores continua su triste marcha. La noche ha caído sobre la ciudad. La luz de las velas ilumina su triste semblante. A pesar de su dolor continúa su marcha. Mayestática pese a las siete espadas que la traspasan. Aunque sabedora del final, continua rota por el dolor causado. Córdoba la acompaña de muchas formas. Ya sea revestido con la túnica nazarena, ya sea formando largas colas tras Ella y su paso, y también desde las aceras dándole el calor que se da a una madre que ha perdido a su hijo.

Ella está siempre presente en el sentir del pueblo de Córdoba. Dolorida y apesadumbrada. Como dice el stabat mater: Virgen de vírgenes santas.

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