Subbética

Un Jueves Santo inagotable impresiona a Lucena

  • Las cinco cofradías lucentinas realizan actos de veneración en cuatro iglesias de la localidad

Cristo de la Columna y Virgen de la Paz y Esperanza en Lucena.

Cristo de la Columna y Virgen de la Paz y Esperanza en Lucena. / M. González

El Jueves Santo en Lucena es una Semana Santa colosal. La muerte resignada del Cristo del Silencio se transforma en la vida eterna atada a una Columna y el Crucificado de La Sangre acepta los designios divinos por la salvación descubierta en una Fe de Dios Padre.

El triunfo del amor fraterno se impregna de Caridad matinal y la Salud, de Cristo y de su Madre, inaugura y cierra el primer día del triduo pascual. El cielo raso y el sol rutilante enarbolan la perfección de una jornada huérfana en la calle y rebosante de impacto y latidos agitados y desconocidos en las naves de los templos.

Una heterogeneidad de pasajes bíblicos, sensaciones intangibles y fragancias inconfundibles cincelan un Jueves Santo interminable en Lucena. Comienza con el revestimiento de las túnicas enlutadas y su final Nazareno nunca se concierta.

El segundo año de pandemia ha impactado, a sólo unos centímetros, la mirada palpitante de Nuestro Padre Jesús de la Columna en centenares de devotos engarzados a la Paz y a la Esperanza. La iglesia de Santiago Apóstol se ha transformado en una estación de penitencia irrepetible. Jesucristo, en su Columna y Caído, para levantarse siempre por los más desamparados, se ha humanizado plenamente y ha buscado la proximidad con un pueblo ávido de Esperanza y Salud. La victoria de la vida, encarnada en la Cruz, se impone sobre la muerte encogida entre Jesús Caído y María Santísima de la Salud.

La veneración matinal a las cuatro imágenes hermanadas en el templo gótico-mudéjar irradiaba unas percepciones, sosegadas y reflexivas, comparables o, que hasta superaban, las ráfagas de unas procesiones, probablemente, digeridas con excesiva normalidad.

El incomprensible Lavatorio enseña el sendero de los oficios en una ermita de sencilla estructura y grandiosa nomenclatura. Dios Padre, en unos reducidos metros, envuelve la humildad extrema de Jesús, la quebradiza Fe de los hombres y a un Salvador Preso, en el Calvario, por su destino irrevocable.

La inmensidad de la Cruz, como Mayor Dolor de María, se erige en la iglesia de Santo Domingo. La Sangre martirizante de Jesús redime a quienes lo condenan. La Orquesta de Aras, de pulso y púa, ha rescatado marchas procesionales, en dos intervenciones consecutivas y, en la noche que atrapa a esta cofradía, la Coral Lucentina armoniza las Siete Palabras finales de Jesús entre los clavos. La vocalía de Juventud iniciaba la jornada compartiendo “Un recuerdo en Oración”.

El amor fraterno es la caridad sublime. La corporación pasionista de la parroquia donde desemboca la calle Cabrillana reserva a Cáritas el dinero recogido en la colecta inveterada del Jueves Santo.

Al tiempo que la Agrupación Musical Cristo de la Humillación enardecía el centro del municipio, cuatro velas de reverencia y alabanza iluminaban en la iglesia parroquial de San Mateo Apóstol a Nuestro Padre Jesús de la Caridad. Al mediodía, un hermano de la joven cofradía proclamaba el Desprecio ante Herodes, una de las Tristezas de la Virgen María. El rezo del miserere Mei Deus alargaba la reflexión matinal en un día inabarcable en el universo cofradiero lucentino.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios