Semana Santa

Jerusalén, Roma y la Sentencia

  • l sentenciaEl soneto de Rafael Porlán dedicado a la ciudad de Córdoba cobra sentido al paso de la hermandad de San Nicolás

La Semana Santa de Córdoba, como cualquier Semana Santa, tiene el poder de trasmutar el paisaje urbano para convertirlo en el escenario idóneo para representar los pasajes evangélicos. Toda procesión busca acomodo inmediato y traslada al instante la veracidad de lo que representa. La pasión de Jesús es real.

Esto se hace realidad todos los años, ahora que el movimiento cofrade cordobés vive un momento de auge y también cuando atravesó una larga etapa de postración. La Hermandad de la Sentencia avanzaba ayer camino de la Catedral, elegante, pausada, y hacía ciertos los versos de un poeta que falleció al año siguiente de su fundación en 1944. Rafael Porlán dejó escrito que Córdoba era la Jerusalén del patio y la calleja,/si Roma del nivel y la plomada" y ayer se fundió Jerusalén con Roma al paso de la Sentencia por la Judería.

El fiscal de horas, cual decurión del cortejo nazareno, abría paso a nazarenos de capa blanca, tropa devocional de Señor de la Sentencia. Al fondo, entre las callejas, asomaba el paso que romaniza la Jerusalén cordobesa, porque la mirada lateral de Barrabás se fijó en la portentosa fachada de los Fernández de Mesa y los ojos de Pilato se estremecieron al ver asomar en Blanco Belmonte el campanario de la Catedral, lo que acrecentó el abismo de su duda.

El cortejo, tan romano como judío o cordobés, se acomoda tanto a la cal de Deanes como a las columnas de Claudio Marcelo; a los naranjos de las Tendillas como a la casuarina de la plaza de San Nicolás. Roma y Jerusalén a la vez en los muros de la Mezquita, en los mármoles de Abderramán I, en los naranjos de la calle de la Feria. El Mediterráneo de allí y de aquí en estado puro. Dalmáticas, corazas, brocados, ciriales, pluviales, cascos, roquetes, espadas, incienso, calzas, glebas en singular mezcla ponen el resto en una mixtura que sólo se puede dar aquí.

El cortejo se cierra con el paso de María Santísima de Gracia y Amparo, dolorosa de frágil belleza, ajustada a las callejas va concentrada en una pena puesta en lo que sucede en un Pretorio que lo mismo está a las orillas del Cedrón, que del Tíber o del Guadalquivir. Ella, entre cirios, pone en pie de nuevo los versos de Rafael Porlán: "Con ojeras de ver el cielo abierto/transcurre de su dolor a su quebranto/la gente de los ojos almanzores".

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