PASEO LITERARIO: EL PUERTO DE SANTA MARÍA

La musa de Rafael Alberti

"Me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta en señal de concordia entre todos los españoles”. Así de sincero se mostró el poeta portuense Rafael Alberti a su regreso a España en abril de 1977 tras un exilio de 38 años. Algunos de sus coetáneos murieron en el exilio o permanecieron en el país que les acogió. Pero Rafael Alberti decidió regresar, volver a ver su tierra y el mar del que un día tuvo que huir. “El mar, la mar. / El mar ¡Sólo la mar! / ¿Por qué me trajiste, padre, a la ciudad? / ¿Por qué me desenterraste del mar?”, recita en uno de sus poemas este marinero en tierra.

El Puerto de Santa María posee importantes playas como Vista Hermosa y Valdelagrana, pero la mejor manera de entrar en El Puerto de Santa María es en el ‘Vaporcito’ desde Cádiz. “¡Ay Vaporcito del Puerto / cuando en ti me embarco / cuando en ti navego / me contagias los recuerdos / de tus viejos sueños, sueños marineros”. Coplas como ésta de la comparsa de Paco Alba Los hombres del mar, de 1965, muestran el arraigo de este barco en la ciudad, y en la Bahía de Cádiz en general. Cuarenta y cinco minutos tarda el ‘Vaporcito’ en cruzar la Bahía desde Cádiz hasta El Puerto de Santa María. Un agradable paseo con sugerentes vistas que termina en la desembocadura del río Guadalete, en el centro de la ciudad portuense. “¡Ay! Vaporcito del Puerto / tú eres la alegría, tú eres la alegría / de este muelle tan hermoso / con ese rumbo garboso / con que cruzas la Bahía”.

A escasos minutos está el Castillo de San Marcos, la siguiente etapa de este itinerario literario tras pasear por la desembocadura del Guadalete, río que recuerda el poeta Rafael Alberti en su mítica obra Marinero en tierra.

El Castillo de San Marcos fue construido por orden del rey Alfonso X, El Sabio. Se trata de un recinto amurallado en torno a la pequeña iglesia de Santa María. Sus cuatro torres le otorgan la majestuosidad de los castillos de Castilla León que Rafael Alberti alaba en su poema La amante. El poeta viajó hasta esta región en un automóvil junto a su hermano, una aventura fraterna de la que luego escribió. Sin embargo, a pesar de lo maravillado que quedó, siempre compara las defensas de esta comunidad autónoma con su tierra natal: “Castilla tiene castillos, /pero no tiene una mar [...] Mi pueblo tiene castillos /pero además una mar”.

Callejeando, a escasos metros de la fortaleza de San Marcos, se halla la Casa Museo Rafael Alberti, exactamente en la calle Santo Domingo. Aquí se conservan numerosos fondos bibliográficos, pictóricos y recursos fonográficos sobre el poeta y la Generación del 27, a la cual pertenece.

El olor a mar sobresale entre las calles de la ciudad, aunque su intensidad depende de la fuerza y la dirección del viento. Por estas calles se llega a la iglesia Mayor Prioral, un edifico barroco con elementos platerescos. Tanto Marinero en tierra como La arboleda perdida hacen mención a esta iglesia y a la patrona de la ciudad y alcaldesa perpetua que custodia esta iglesia: la Virgen de los Milagros.

El Puerto de Santa María posee varios sobrenombres como el de Ciudad de los Cien Palacios. Entre ellos, destaca la Casa de Vizarrón, el Palacio de Araníbar, el Palacio de Santa Cruz, la Casa de Roque Aguado y el Palacio del Marqués de Purullena. Todos ellos son fruto de la actividad comercial con América durante los siglos XVII y XVIII.

El recorrido concluye en el Monasterio de la Victoria, el penal de El Puerto. Un edificio de triste fama por albergar entre sus muros durante la II República y el Franquismo a presos políticos y a artistas del cante jondo. “Mejor quisiera estar muerto /que preso para toda mi vida /en este penal del puerto, Puerto de Santa María”, recita Rafael Alberti en La Arboleda Perdida.

El mar siempre ha inspirado a numerosos poetas, pero El Puerto de Santa María fue la gran musa de Rafael Alberti, una ciudad con la que soñó durante su exilio y que pudo volver a ver tras el franquismo. Una ciudad marinera y salinera. “Y el mar fue y le dio un nombre /y un apellido el viento /y las nubes un cuerpo /y un alma el fuego”. Sin duda, la ciudad fue la gran musa de Rafael.

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