OPINIÓN. EL BOLSILLO

Como una bala perdida

Si no fuera por mi devoción de creyente en su legendaria figura, el concierto del martes de Bob Dylan en Jerez habría que calificarlo de castaña. Si no fuera además porque él es y ha sido siempre como es, ha hecho lo que le ha dado la gana y, a sus casi setenta años, puede permitirse abundar en esa línea, su actitud tímida y hosca podría haber causado sorpresa. Como sorprendió a muchos cuando se retiró sin más –espantado y con andares vacilantes y vacilones– a los primeros oé-oé-oé-oé que siguieron a un Like a Rolling Stone que fue bailado hasta la convulsión por el multiforme público: parecía la traca final del Papitour. Si no fuera porque me acompañaba un docto dylaniano que me glosaba por enésima vez las pocas canciones que no eran recientes o de coleccionista y, por tanto, eran desconocidas para la mayoría del público, mejor nos hubiéramos quedado en el hotel anejo al campo de fútbol de Chapín, donde tuvo lugar la cosa, tomando cerveza. Y, en fin, si no hubiera sido por algunas puñaladas de melancolía en forma de fraseo de la armónica –ni un segundo a la guitarra, se pasó el concierto agarrado al teclado-bastón–, no hubieran llegado a saltárseles las lágrimas a más de uno que allí iba a darse un bofetón de paso del tiempo. Una castaña única, en el fondo. Una bala perdida que pierde potencia y ángulo, y caerá no muy lejos: gloria a él. Como una bala perdida, Like a Rolling Stone, canción que dedicó hace más de cuarenta años a una niña bien que se engancha a la heroína, y de la que, tras este sin duda excesivo preámbulo por el que solicito indulgencia, querría traducir el estribillo: “¿Qué tal sienta estar sola, haber perdido el camino de casa, como una perfecta desconocida, como una bala perdida?”

Que no se me irriten los seguidores esenciales del amigo Zimmerman por la pirueta, pero esas mismas cosas o parecidas se le podrían preguntar a la economía española, por mucho que todo quiera aparentar ser tenido bajo control: todo era deliberado y premeditado; aterrizajes suavizados por expertos pilotos, cambio de ladrillo por innovación, tecnología y capital humano sin pasar por la casilla de salida. Pero España no es tan cibernética: tenemos mucho de balilla.

En poco más de medio año, hemos de pronto asistido a un telón de una versión hispana de la arcadia feliz que se cierra y que, sin solución de continuidad, se reabre mostrando un monte perdido, desértico y muy inquietante: la principal consecuencia de una crisis económica, el paro, crece y crece; el crecimiento del PIB ya se reconoce tan desacelerado que está en el umbral de la recesión –la nueva palabra tabú tras varias semanas de cortinas de humo con la terminología de la crisis–, las empresas no pueden desarrollar sus proyectos de inversión porque no hay dinero bancario y, last but not least, las expectativas y la confianza de productores y consumidores está bajo mínimos. Menos mal que nuestros políticos hacen apostolado del optimismo y, aunque no nos creamos gran cosa en vista de los sucesivos envaines, el runrún del catarro y lo fugaz que va a ser la crisis un poquito de confort psicológico, lo da. El otro día, en un foro organizado por la editora de este periódico, el secretario de Estado de Hacienda, ante la pregunta de si íbamos a entrar en recesión  –o sea, crecimiento negativo de la economía, la casilla siguiente a la desaceleración– en 2009, dijo “no lo sé, creo que no”. Teniendo en cuenta los precedentes, denlo por hecho.

No quiero que se engollipe usted con esa reposada y ritual tostada dominical, ni mucho menos aguarle el vermú, si es que aborda usted esta RdA una vez ojeado el diario, ya sobre el mediodía. Pero es mejor estar avisado. De hecho, hemos asistido a un aluvión de avisos –diría que toques de clarín–  esta semana: BBVA (”el último trimestre registró un crecimiento levemente por debajo de cero”), Blesa, presidente de Caja Madrid (”la morosidad no viene, galopa”), Funcas, la CEOE, el Banco de España... En fin, cerraremos también con Dylan: “Cualquier día de estos, cualquier día de estos, seré liberado”. Pero mientras  tanto, a veranear.

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