El bolsillo

Matemáticas escandinavas

Uno puede descubrir que las diferencias de género existen de forma natural y estadísticamente palpables cuando va a recoger a su cachorro a la guardería. Sin saber todavía hablar de verdad, ellas se dedican a chapurrear cosas, mirándose y farfullando sin parar, organizando cosas y negociando. Ellos, por su parte, comparten mocos y, por ejemplo, un neumático con el que se revuelcan por la tierra, un juego interrumpido de vez en cuando por fugaces altercados propios de la manada: emiten sonidos, pero no hablan casi nada en comparación con ellas.

Esto es empírico, o sea, proviene de mi experiencia. Con permiso de las excepciones y los pedagogos, diré como aquella gitana de Mancha Real que acusaba a un hombre en el juicio de haber quemado su chabola. Ante la pregunta del juez sobre si tenía pruebas, ella replicó: “¿Más prueba quiere usted que que yo lo vide al payo, señor juez? Sé que el asunto de género es espinoso y que se llega por el compromiso con la causa a decir “miembros y miembras” (Aído dixit) sin ser fulminantemente desposeída de la cartera ministerial, pero esta semana ha habido una noticia que ha pasado con demasiado sigilo por los papeles y las ondas. La competencia informativa ha sido grande: tras la huelga en la construcción en el Sur, ha venido la devastadora huelga de los transportistas y sus operativos de bloqueo de la actividad económica. Se registran ya decenas de miles de parados más que hace sólo un año, se masca una tremenda quietud inmobiliaria y del crédito, y creciente del consumo, se realimenta la espiral del deterioro de las expectativas, el precio del petróleo de Alí Babá está por las nubes, el de los alimentos sigue su estela. La economía no está hasta en la sopa, sino que es la sopa con la que abrimos las cenas. Pero hay otras cosas.

La noticia en cuestión proviene de Science, la revista donde Einstein publicaba muchos de sus artículos, y fue galardonada con el Príncipe de Asturias el año pasado junto a Nature: es un referente de primer nivel científico. Pues bien, Science ha publicado un artículo sobre la capacidad matemática de las mujeres con respeto a los hombres, que ha sido difundido esta semana. Recordemos que el Informe PISA –una lacra en la honra española, al nivel del Desastre de Annual o la pérdida de Cuba– parecía concluir que eso de que los chicos son buenos en matemáticas y las chicas en letras era bastante cierto. Pero tenemos una excusa para negar la mayor a los fastidiones del PISA y recuperar el orgullo y el prestigio de nuestros bachilleres: Science deja claro que hay un factor que explica estas diferencias, y éste se llama nivel de emancipación femenina.

Hay varios países en los que no sólo no hay una brecha en la capacidad matemática de hombres y mujeres, sino que ésta incluso se revierte, y las mujeres son mejores que los hombres o como mínimo igual con los logaritmos y las derivadas parciales. ¿Adivinan cuáles? No tiene mérito acertar. Son, evidentemente, Islandia, Suecia y Noruega. Los países más desarrollados del planeta en lo social, incluidos en el saco sus índices de suicidios, arma arrojadiza recurrente contra su éxito, me atrevo a decir, humanístico. ¿Es de fiar eso del indicador de emancipación femenina? Bueno, doctores tiene la Iglesia, y Science sólo hace caso a los mejores. Lo cual de por sí mueve a la confianza en las conclusiones del estudio. Parece, pues, que la interpretación biológica de estas diferencias intelectuales quedan en este asunto en fuera de juego, aunque sea éste un tópico socorrido en conversaciones de barra, sobremesa o en powerpoint por internet. Digamos sólo que el indicador de desigualdad creado por el Foro Mundial y utilizado en esta investigación mide las oportunidades políticas y económicas, la educación y el bienestar de las mujeres. España queda bien parada: sus miembras deberán ir mejorando en matemáticas.

Apuesten a que habrá quien atribuirá la convergencia matemática de género escandinavo a que, por culpa de la obsesión por la igualdad, nosotros, pobres machos en caída libre, nos retraemos y no damos la talla, ni siquiera en los números. Qué Science ni Science.

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