Puerto del Calatraveño

La crónica de un éxodo anunciado

  • La despoblación de las zonas rurales es un hecho, es una consecuencia de la falta de políticas que ahora se echan de menos frente a una sangría cada vez más difícil de controlar

Peñarroya-Pueblonuevo es la localidad cordobesa que más población ha perdido en lo que va de siglo.

Peñarroya-Pueblonuevo es la localidad cordobesa que más población ha perdido en lo que va de siglo. / El Día

Eu su discurso de investidura de hace unos meses, el presidente de la Diputación de Córdoba, el socialista Antonio Ruiz, insistió en que piensa trabajar a fondo para cumplir su principal compromiso de este su segundo mandato al frente de la institución provincial, “la lucha contra el despoblamiento en la provincia”. Su fórmula para lograrlo: “fijar la población al territorio mediante servicios públicos de calidad, equipamientos de primer orden, carreteras provinciales en buenas condiciones y dando apoyo a las sectores productivos que generan empleo”.

Insisto, su fórmula para lograrlo: “fijar a la población en el entorno rural, en los municipios más pequeños de la provincia, se puede conseguir con unos servicios públicos de calidad, básicos, como los asegura la Diputación a través de empresas públicas como Emproacsa (agua) y Epremasa (basura), y también teniendo unas infraestructuras y unos equipamientos de primer orden”.

Vuelvo a insistir, su fórmula: “fijar la población al territorio se consigue sobre todo con empleo, es decir, ofreciendo posibilidades de empleo en el propio territorio, con especial atención a los jóvenes y las mujeres, lo cual requiere apoyar a los sectores productivos de la propia provincia”.

Una vez más insisto, su fórmula: “reforzar” su apoyo “al principal motor de desarrollo económico de la provincia, que sigue siendo la agricultura y la ganadería”.

Disiento de alguno de estos argumentos –no todo el mundo quiere trabajar en el campo– y estoy de acuerdo con otros en este tema tan complejo de abordar después de décadas en las que parece que nadie ha reparado que se han dado todos los condicionantes para que ahora disertemos sobre lo que era la crónica de una nueva migración -del campo a la ciudad– más que anunciada. Se necesita para frenar esa despoblamiento muchísimo más que las buenas intenciones de la Diputación. Los datos hablan por sí solos.

A pesar de que la provincia aumenta su población, 50 de sus municipios, un 66,6%, sufre la sangría de la pérdida de habitantes desde inicios de este siglo, una sangría especialmente virulenta en las comarcas del Norte –Los Pedroches y el Guadiato–. Tanto es así que de los 20 municipios que más población han perdido en lo que va de siglo en Córdoba, 16 pertenecen a estas dos comarcas , según desvela el informe La población en España: evolución en el siglo XXI, situación actual y perspectivas de futuro, elaborado por la Consultora Estratégica de Comunicación Stratego, que cruzó datos del INE y del padrón.

Esta semana, IU ha alertado de que el 24% –casi un cuarto– de las zonas rurales de la provincia están en peligro de despoblación. Y en este caso también tienen su fórmula para luchar contra ese despoblamiento: la parlamentaria por Córdoba de Adelante Andalucía Ana Naranjo, quien ha destacado que este problema tiene especial virulencia entre la mujer rural, ha apuntado que para que exista más apego al territorio “es necesario que haya más residencias, mejores condiciones en la ayuda a domicilio, más centros de días, escuelas infantiles y comedores”.

Cada maestrillo tiene su librillo en este tema y lo que es cierto y verdad es que es descorazonador acudir a datos del Instituto de Estadistica y Cartografía de Andalucía, dependiente de la Consejería de Conocimiento, Empresas y Universidad, para comprobar que la media de edad de esos municipios del Norte de la provincia y de otros muchos de Córdoba se sitúa o levemente por encima de los 50 años o levemente por debajo. Y lo que está claro es que las administraciones –y no hablo de la Diputación, cuya filosofía es centrar sus esfuerzos en los municipios medianos y, sobre todo, pequeños– llevan muchos años sin acordarse de lo que hoy se acuerdan y que se da en llamar, en particular, la Córdoba vacía, que al fin y al cabo forma parte de lo que, en general, es la España vacía.

Durante demasiados años en los que no se ha sembrado para recoger, porque los jóvenes que abandonan sus municipios –al igual que ocurría en los años 60 con aquellos a los que no les quedaba más remedio que tomarse al pie de la letra aquello del “vente para Alemania, Pepe” o aquellos otros que se liaban la manta a la cabeza para sobrevivir marchándose a grandes ciudades– lo que buscan es un puesto de trabajo que, como mínimo, les permita sobrevivir. En Córdoba, como en el resto de España, y también por culpa de la crisis, no se le ha sabido poner remedio; esperemos que no sea demasiado tarde.

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