Salir a comer

Casa Moreno, “si nunca has estado aquí, es que no conoces Sevilla”

Casa Moreno, “si nunca has estado aquí, es que no conoces Sevilla”

Casa Moreno, “si nunca has estado aquí, es que no conoces Sevilla” / Fran Moreno

Como dice el poeta de la higuerita, “y ahora que te veo Sevilla, ¿cómo te lo cuento ahora, si estas cosas no se explican?”. La capital de Andalucía esconde, tras su belleza celestial, bajo el calor del Lorenzo y el aroma a azahar de sus calles, uno de los rincones más sublimes que ha dado la ciudad del Giraldillo. Casa Moreno es la esencia de las costumbres perdidas, un presente en el que mirarse y un futuro que, a la deriva, necesita de puertos como este.

Interior de Casa Moreno. Interior de Casa Moreno.

Interior de Casa Moreno. / Fran Moreno

Gamazo va cogiendo cuerpo con la fuerza de La Flor del Toranzo, la elegancia de Enrique Becerra, la cerveza mundial de La Internacional, el amor de Paco Góngora, los piripis de Romero y la Taberna, pero su corazón late ligero y al compás de este ultramarinos centenario.

Algo similar debe sentirse al entrar en los cielos. Olor a tradición, cortes de sabor a manos de Quisco, un Dios terrenal que esconde, tras su serio semblante, el amor más puro. Y qué decir de Carmela, un ángel de la guarda al que solo le faltan las alas para aguantar más carros y carretas.

Picante con cabrales es su montadito estrella. Picante con cabrales es su montadito estrella.

Picante con cabrales es su montadito estrella. / Fran Moreno

Casa Moreno es una religión, un templo en el que se apilan montañas de creyentes que, emocionados y fervorosos, suplican al cielo con sus rezos un hueco en la barra de metal. Pasen y vean. Tardes de gloriosas faenas en un rincón de pureza, un “puñao” de albero de La Maestranza que tiene en los tendidos centenares de latas de conservas codeándose con Curro Romero, Morante de la Puebla o la Semana Santa sevillana. Clarines y timbales suenan para recibir a Emilio que, a porta gayola, recibe a sus queridos parroquianos. Templanza con un vino de Jerez o una Cruzcampo helada, manoletina que tira al aire salchichón de riera a taquitos y capotazos que mecen montaditos de picante con cabrales, tortilla de diseño o patamulo. Entre tercios, este trianero por los cuatro costados, saca la esencia de la Generación del 27’ para escribir, en trozos de papel, verdades como puños. Se podría decir de todo pero perdería su encanto. A sitios así hay que ir, peregrinar al menos una vez en la vida; “las emociones no se cuentan, se viven”.

Cientos de papeles con escritos adornan sus muros Cientos de papeles con escritos adornan sus muros

Cientos de papeles con escritos adornan sus muros / Fran Moreno

Sevillano o forastero, de ideología simple o “enrevesá”, a favor de la Fiesta Nacional o contra ella, de creencias celestiales o del carpe díem... todos tienen cabida en esta abacería, en este guiso de sensaciones al que la sal se la ponen sus fieles clientes que, generación tras generación, vienen con sus jóvenes y mayores porque saben que cosas así no deben perderse.

Un rincón que demuestran que no todo está perdido, que defiende a ultranza las costumbres de esta tierra tan maravillosa. Mejor acabo como empecé, porque se me quedan cortas las palabras y la emoción brota en mis ojos nublando estos simples párrafos: “y ahora que te veo Sevilla, ¿cómo te lo cuento ahora, si estas cosas no se explican?”.

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