las claves

Pero, ¿quién demonios es Villarejo?

  • El rey de las cloacas del Estado. El ex comisario se hizo con una red de clientes de la máxima relevancia empresarial y política, pero, sin ellos saberlo, grababa todas las conversaciones

Pero, ¿quién demonios  es Villarejo?

Pero, ¿quién demonios es Villarejo? / Jorge Zapata / Efe / archivo

A finales de los 90, con el Gobierno de Felipe González en una situación más complicada todavía que la que hoy sufre Pedro Sánchez -atentados brutales de ETA, GAL, Luis Roldán huido, Javier de la Rosa y Mario Conde desestabilizando el mundo empresarial y político y arremetiendo contra el Rey-, el ministro de Interior y Justicia era Juan Alberto Belloch, con Margarita Robles como Secretaria de Estado de Interior y María Teresa Fernández de la Vega de Justicia.

Desde el primer momento el equipo que había nombrado Robles empezó a recibir informaciones sobre el comisario José Villarejo, un experto en la lucha antiterrorista, en excedencia hacía años, en los que creó una importante y exitosa red de empresas, que se había incorporado a la Policía como agente operativo adscrito en la Secretaría de Estado. Los datos que llegaban a los colaboradores de Robles, sobre los trabajos de sus múltiples empresas, y sobre los métodos que utilizaba haciendo valer su condición de policía con importantes contactos en las estructuras del Estado, hicieron desconfiar a Robles, que prescindió de sus servicios. Sin embargo, meses después, se encontró con que Villarejo trabajaba nuevamente como asesor en Interior, por decisión del ministro. Era evidente que contaba con excelentes padrinos que le permitieron regresar a su trabajo policial, que siempre compaginó con sus empresas, con las que obtuvo importantes beneficios entre otras cosas porque ser comisario le abría puertas que no se abrían para otros profesionales.

Villarejo cuenta con miles de horas de grabaciones y amenaza con la "traca final"

EL 'CONSEGUIDOR'

José Manuel Villarejo se mantuvo siempre en las esferas de Interior, tanto en los gobiernos socialistas como del PP, aunque no faltó mucho tiempo para que la palabra cloacas se pronunciara cuando se mencionaba su nombre. Con un grupo muy reducido de policías de su confianza, cuyos nombres hoy todo el mundo conoce porque han tenido que rendir cuentas ante la Justicia, se vendía a los ministros como el hombre que necesita todo gobierno, una Policía patriótica a la que no escandalizaba sobrepasar ciertos límites porque así se garantizaba la seguridad del Estado y de los españoles. Comprendió que necesitaba apoyos en las esferas judiciales, y no tardó en convertirse en un gran amigo de Baltasar Garzón, que a su vez le puso en contacto con otros jueces y fiscales de la Audiencia Nacional, entre ellos la fiscal Dolores Delgado. Presumía Villarejo de esas amistades y, desde hace años, tanto en la Audiencia como en el mundo policial se rumoreaba que se presentaba ante los clientes de sus empresas como conseguidor de imposibles precisamente por sus contactos en la judicatura.

Eso provocó que se hiciera con una clientela de personas de relevancia, con abultadas cuentas corrientes, que estaban en apuros para conseguir ciertos objetivos -desde romper una relación sentimental que se estaba convirtiendo en peligro de chantaje, hasta cobros de deudas, investigar a la competencia o a socios que empezaban a ser problemas- aunque con métodos poco ortodoxos. A cambio de buenas cantidades de dinero que convirtieron a Villarejo en millonario.

En esa función además de facilitar información sensible a ministros y altos cargos sobre la lucha contra el terrorismo fundamentalmente, porque le interesaba mantener su puesto de privilegio como asesor de Interior, Villarejo se hizo con una red de clientes de la máxima relevancia en el mundo empresarial y político. Incluso en el periodístico, más de una docena de periodistas se han entrevistado asiduamente con Villarejo, que se convirtió en una fuente importante de información. El problema para todos sus clientes era que, sin ellos saberlo, Villarejo grababa todas las conversaciones que mantenía con ellos. Todas. Y, si podía, colocaba micrófonos en sus despachos -o en el yate de algún personaje de máxima categoría- con el argumento de que se podían producir encuentros de los que saldría información importante.

Esa es la fuerza de Villarejo. Las cintas. Durante años ha grabado a infinidad de personas, se calcula que cuenta con miles de horas grabadas en las que esa infinidad de personas jamás pensaron que podría ser relevado. Acusaciones, comentarios fuera de tono, información delicada y privada sobre amigos y conocidos, encargos inmorales… Hombres y mujeres muy poderosos e influyentes de todos los sectores y de todos los partidos confiaron a ese hombre lo inconfesable. Y hoy tiemblan ante la posibilidad de verse en la misma situación que la ministra de Justicia.

Las cintas las guardaba en su domicilio, con copia en un lugar que él consideraba seguro, una especie de zulo, que sin embargo descubrió la Policía Judicial una vez que Villarejo fue detenido en noviembre del año pasado acusado de blanqueo y organización criminal y el juez lo envió a la cárcel de Estremera en prisión preventiva.

Desde entonces, tanto él como su mujer, intentan su salida de prisión poniendo en circulación cintas que efectivamente suponen un chantaje al Estado, para que ese Estado se avenga finalmente a ponerlo en libertad a cambio de que deje de difundir cintas pueden echar abajo biografías y trayectorias supuestamente irreprochables.

Entre las cintas filtradas se encuentra, además de la reunión con la ministra de Justicia, la conversación con Corina Larssen en la que vierte datos sobre supuestos hechos delictivos del Rey Juan Carlos. Conversación que motivó que el director del CNI, el general Sanz Roldán, pidiera comparecer ante la comisión parlamentaria de secretos oficiales, en la que desveló las mentiras contenidas en esa conversación con documentos que avalaban la información que ofrecía a los diputados que forman parte de esa comisión, los portavoces parlamentarios.

SU gran ADVERSARIO

Sanz Roldán es el enemigo público número uno de Villarejo. Para el ex comisario, es el hombre que le ha puesto contra las cuerdas, el que ha filtrado las informaciones que le han llevado a prisión. Creyó Villarejo que le dejaba mortalmente herido con las informaciones tendenciosas que ofrecía a periodistas afines, pero el general no se ha achantado ante el chantaje y se ha tomado el caso Villarejo como algo personal, ya que conoce mejor que nadie el alcance de sus fechorías.

Villarejo aparece en todos los casos relevantes de corrupción, así como en las historias personales más deleznables, entre ellas, la de la doctora Pinto y Javier López Madrid, en el que la doctora acusó a Villarejo de agredirla con un cuchillo para que dejara de "acosar" a López Madrid. También está implicado en el caso del chalet de Ignacio González, o del Pequeño Nicolás, y se le hace responsable de la colocación de micrófonos en el despacho del ex ministro de Interior Jorge Fernández, o si no fue por su iniciativa, por no haberlo detectado pues trabajaba entonces para el ministro.

Todos los indicios apuntan a su mujer como la persona que filtra las cintas, con las que intentan provocar que finalice su situación actual de prisión. Desde el entorno de Villarejo transmiten que si no está fuera en Navidad dará un golpe brutal al sistema.

No se para en barras, su inmoralidad no tiene límite. Lo saben bien sus víctimas, siempre personas que confiaron en él e, inocentemente, dijeron lo que nunca debieron decir sin saber que estaban siendo grabados.

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