Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

La vida entre canciones

Han sido muchas, miles, las canciones que me acompañan a lo largo de la vida, y espero seguir sumando muchas más

La vida entre canciones La vida entre canciones

La vida entre canciones

Mi hija dice que se siente una incomprendida, musicalmente hablando, con sus amigos y compañeros de clase, ya que no comparten gustos. A ella le gustan los Arctic Monkeys, Tame Impala, Nirvana, Pixies, Guns and Roses o Bowie, y no le seducen para nada el reguetón, el trap o las canciones habituales de las radiofórmulas. Entiendo perfectamente a mi hija, ya que también yo fui un chaval incomprendido, a su edad. Cuando me plantaba con trece o catorce años en Fuentes Guerra para intentar comprar los discos de las bandas que me gustaban tenía que decir sus nombres muy bajito, casi en la clandestinidad, para no volver a padecer las risitas y comentarios de alrededor. Por suerte, nos familiarizamos posteriormente, pero a principios de los 80 decir que te gustaban Parálisis Permanente, Aviador DRO, Bauhaus, The Clash o Gabinete Caligari era como hablar en chino en la pescadería. Todos aquellos grupos que descubría, de madrugada, en el Diario Pop de Radio 3, que por aquel entonces presentaba Jesús Ordovás. Toda una hora en cuclillas, con el dedo apoyado en el "rec" del radiocassette, soñando para que las canciones sonaran limpias, sin las entradillas o recortes finales a cargo del presentador. Entre aquellas grabaciones, más o menos accidentales, y tener esas mismas canciones en formato cassette o vinilo, en algunas ocasiones podían pasar varias semanas, incluso meses. Todo era lento, muy lento, hasta tal punto que descubríamos grupos cuando ya se habían disuelto o fallecido algunos de sus componentes, como en el caso de Joy Division, y el suicido de su enigmático solista, Ian Curtis.

En ese tiempo lento, contar con un amigo que te permitiera que grabaras sus vinilos -no todos aceptaban- se podía considerar como uno de los mayores tesoros. Cintas de metal de 90, un disco por cada cara. Me temo que tengo que traducir esta última frase para los nacidos más allá de los 90. Y llegaron los primeros conciertos, en el Teatro de la Axerquia, que algunos asaltaban cual vikingos, incluso cuando eran gratuitos. Loquillo, Ilegales, Siniestro Total, Danza Invisible o Radio Futura, que tal vez fueron los primeros en exhibir un sonido profesionalizado y de calidad en sus directos. Desde entonces, y ya han pasado cuarenta años, nunca he dejado de asistir a conciertos, en pequeñas salas o en grandes estadios, todos tienen su encanto y su propia magia. Magia que puede surgir en cualquier momento, nunca se sabe dónde nace la chispa, cuándo escapa el conejo de la chistera. Yo no soy una excepción, somos muchos los veteranos en los conciertos, lo que propicia que no nos sintamos incómodos o extraños. Porque el rock ya no es meramente una expresión juvenil. Muchos de los rockeros legendarios han fallecido, pero también otros muchos han envejecido, y siguen subiéndose al escenario, del mismo modo que lo han hecho sus seguidores. Disfruto mucho con ese encuentro intergeneracional que ahora contemplas en los grandes conciertos, especialmente. El pasado 7 de junio tuve la oportunidad de presenciar el fastuoso concierto de Guns and Roses en Sevilla con mi hija, pero es que eran muchos los que iban acompañados de sus nietos.

Han sido muchas, miles, las canciones que me acompañan a lo largo de la vida, y espero seguir sumando muchas más, porque no he perdido ni un gramo de curiosidad y sigo buscando e interesándome por nuevas bandas y propuestas. Aunque a lo largo de los años he ampliado el espectro musical que escucho, reconozco que sigo sin emocionarme con algunos géneros que no suelo habitar, como son el Jazz o la música clásica, pero es que tampoco me voy a autoimponer disfrutar con algo que no me gusta ni atrae. Mientras escribo estas líneas, escucho a mi hija, toca la guitarra. Lleva unos días empeñada en aprender The man who sold the World, de un tal David Bowie, mientras que mi hijo repite por enésima vez lo nuevo de Bad Bunny. Me alegra que se hayan contagiado de esa querencia de sus padres por incorporar la música a sus días, porque tengo claro que una vida entre canciones es mucho más emocionante, habitable, mágica y rica que la que tendríamos si el silencio y el ruido fueran los únicos protagonistas. Y, como en todo, que cada cual componga su banda sonora, esa playlist que en muchos casos coincide con el ritmo que marcan los latidos de tu corazón.

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