Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

El verano de Sanna Marin

No imagino a un político, de los habituales, sometiéndose a un test de drogas tras participar en una fiesta, romería, feria o similar

El verano de Sanna Marin El verano de Sanna Marin

El verano de Sanna Marin

Este verano me he dedicado, entre otros muchos asuntos, a ponerme al día con las series de televisión que abordan la política y que tenía ganas de hincarles el diente. Me ha gustado especialmente la danesa Borgen, que refleja con gran realismo las entrañas, la parte que no aparece en las pantallas, de lo que supone el ejercicio político. Con unas interpretaciones brillantes, especialmente a cargo de Sidse Babett Knudsen y Birgitte Hjort Sørensen, en sus papeles de la líder Birgitte Nyborg y la periodista Katrine Fønsmark, respectivamente, podemos ver los encuentros y los desencuentros que se producen entre la denominada clase política y los medios de comunicación. También esconde Borgen, en su interior, un estupendo ejercicio pedagógico de lo que supone la política de pactos, los gobiernos de coalición y la rivalidad entre los partidos. Acostumbrados, como hemos estado, hasta no hace tanto, a gobiernos monocolores, en esta serie danesa encontramos ejecutivos compuestos por hasta tres o cuatro opciones políticas, y que no deja de ser algo común, muy frecuente, en la mayoría de los países nórdicos, así como en buena parte de Europa. Alemania, por ejemplo, y bajo la presidencia de Angela Merkel, tanto conservadores, como progresistas y verdes han formado parte de sus gobiernos, sin que ello se entendiera como un déficit político o de poder. Si nos paramos un instante a pensarlo, el que en un gobierno estén presentes diversas sensibilidades políticas, incluso ideológicas, debería entenderse como un elemento enriquecedor, como un intento de abarcar y responder más a la realidad social, que siempre es más amplia, diversa y plural que lo que pueda representar sólo una opción política. Veía los últimos episodios de Borgen cuando la fiesta de Sanna Marin, primera ministra de Finlandia, saltaba a la palestra, como si se tratara de una ramificación de la serie, donde también se aborda la influencia de las vidas privadas, familiares, de los políticos, y cómo se difunden por los medios y se asumen por la sociedad.

En un ámbito dominado especialmente por los hombres -y cuál no, nos podríamos preguntar y seguir sin responder-, como es el de la política, Sanna Marin cuenta con tres características que juegan en su contra: mujer, joven, guapa. Lo de mujer no creo que necesite mayor reflexión, si tenemos en cuenta que la igualdad sigue siendo una reivindicación permanente y no una realidad. Lo de joven es la desconfianza que nos genera, ya que relacionamos juventud con falta de experiencia o de conocimientos. Y lo de guapa ya es el remate, lo que le falta a esta política, para ser el centro de la diana. Todo lo demás, su amplia formación, su talante, su capacidad de diálogo, su serenidad, su brillantez en la oratoria, quedan en un segundo plano. Y para colmo, gran colmo, Sanna Marin ha tenido el atrevimiento de comportarse como lo hacen las personas de su edad, yendo a una fiesta con amigos, bailando, riendo, y hasta tomándose una copa. Un cuadro desenfocado en esa galería que nos muestra a dirigentes hombres, con gesto adusto, serios permanentemente, avinagrados en gran medida, y que la primera ministra finlandesa no representa.

No imagino a un político, de los habituales, sometiéndose a un test de drogas tras participar en una fiesta, romería, feria o similar. Sanna Marin lo ha tenido que hacer, y hasta se ha pagado la prueba de su bolsillo. Si antes comentaba que Borgen es una lección ficcionada de los gobiernos de coalición, Sanna Marin ha dado un gran ejemplo de cómo han de resolverse los conflictos. De cara, respondiendo a las preguntas sin aristas, sin interlocutores, clara, precisa y concisa. Lo trágico es que asistir a una fiesta con amigos se haya convertido en un conflicto y en una de las grandes noticias del verano. Borgen se queda muy corto, cortísimo, en cuanto a la exposición de la vida privada de los políticos. El caso de Sanna Marin nos habría parecido increíble, exagerado o poco "real", de haberlo contemplado en una serie de ficción. El verano de Sanna Marin, bien podría titularse, ya está el guion escrito, me temo. La trama no me gusta nada, como que suena a viejuna. A lo de siempre.

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