Europa se recalienta, los ríos se secan y las ciudades miran al cielo esperando lluvias que ya no llegan o irrumpen torrencialmente. En este tablero climático, el agua sigue siendo la reina olvidada. La transición energética avanza lentamente, pero la hídrica continúa rezagada. Los operadores públicos reclaman una transición hidrológica justa y pactos climáticos amplios que incorporen ciencia, participación y equidad. Hablar de adaptación sin el ciclo urbano del agua es dejar fuera la pieza que puede decidir la partida.
El último informe de la Agencia Europea del Medio Ambiente dibuja un escenario inquietante: Europa se calienta al doble de velocidad que el resto del planeta y uno de cada tres europeos vive bajo estrés hídrico. Es contundente en una cosa: el cambio climático amenaza nuestro estilo de vida. La degradación ambiental y un modelo de desarrollo poco adaptado al cambio global ponen en riesgo la salud, la prosperidad y la seguridad de la población.
En el sur, y especialmente en Andalucía, la gestión del agua es ya una cuestión de supervivencia. Sequías, inundaciones e incendios se intensifican mientras infraestructuras envejecidas y falta de inversión agravan las desigualdades. Europa ha concentrado esfuerzos en la transición energética, pero ha relegado la hídrica. Y sin agua, no hay adaptación posible.
Las redes de abastecimiento y saneamiento, muchas con más de treinta años, requieren inversión y planificación a largo plazo. En el medio rural, la escasez de recursos técnicos y financieros multiplica las brechas. Sin embargo, el agua puede ser una oportunidad para reconstruir cohesión si se garantiza su acceso y se gestiona con equidad y sostenibilidad.
Los sistemas urbanos de agua y saneamiento precisan incentivos equivalentes a los de la transición energética y un marco regulador que favorezca la inversión y garantice el derecho al agua no solo hoy, sino también para las generaciones futuras. Es esencial reforzar el nexo agua-energía, ya que a los problemas de disponibilidad y eficiencia se suman nuevos retos: digitalización, centros de datos y aumento de la demanda energética. Todo ello exige planificación integrada, justa y sostenible.
Esa transformación solo será posible si se construyen pactos climáticos amplios y duraderos, capaces de superar los ciclos políticos e ideológicos. Pactos que contemplen las diferentes visiones culturales del mundo que conviven en el debate público actual: desde quienes confían ciegamente en el mercado y la innovación para resolver la escasez, hasta quienes defienden una gestión descentralizada y ecosistémica del recurso. Ignorar esta pluralidad impide construir políticas legítimas y duraderas. Precisamente porque ciertos actores con gran influencia promueven soluciones guiadas por intereses a corto plazo, es necesario marcar las pautas de un debate amplio y fundamentado en la ciencia, informar a la población y asegurar su participación activa.
Algunos incluso sostienen que el juego es de damas y no de ajedrez, aunque se juegue en el mismo tablero; una confusión peligrosa que puede llevar a usar mal las piezas y perder la partida. La ciencia debe marcar las pautas y la sociedad, con toda su pluralidad cultural, reclamar su papel en el tablero.
La Guía para la adaptación de los sistemas de agua urbana al cambio climático, elaborada por operadores públicos, demuestra que la cooperación entre conocimiento técnico, instituciones y ciudadanía puede transformar la gestión del agua. Es la prueba de que la adaptación es viable cuando se combinan rigor y voluntad colectiva.
Integrar la ciencia en la planificación climática es una obligación. La adaptación hídrica necesita los mismos estímulos que la energética, y el Pacto de Estado frente a la Emergencia Climática ofrece una oportunidad real para situar el agua en el centro de la acción pública.
Las inundaciones y los incendios recuerdan que la emergencia ya no es un horizonte, sino una realidad. No podemos caer en el tacticismo ni en el fatalismo: hay soluciones, y la experiencia demuestra que es posible avanzar si se combinan conocimiento, cooperación y responsabilidad cívica. Aún estamos a tiempo. Pero el tablero se estrecha. O lideramos el cambio, o la emergencia climática nos pasará por encima.